De patrocinio a Chiclana
Si dueños de chalés ilegales, construidos adrede y con ánimo de lucro, se manifiestan para que los demás, a escote, les paguemos las trampas es que todos hemos fracasado
Actualizado: GuardarPor alguna tara mental colectiva derivada del 68, tendemos a solidarizarnos con cada manifestante. Aunque nos obligue a parar el coche o a regresar para repetir el trámite, un enano subversivo que llevamos dentro nos susurra: «Por lo menos, se ha echado a la calle a protestar»...
Pero un mínimo espíritu crítico provoca una distinción básica. De todas las manifestaciones vistas en los últimos años, ninguna más cínica que la de propietarios de viviendas ilegales hace dos sábados en Chiclana. Unos 4.000 afectados (?) protestaban por la sanción que deben pagar para normalizar su vivienda, calderilla comparado con lo que les habría costado un inmueble legal idéntico. Creen que es demasiado y que son paganos del «caos urbanístico administrativo». Como si un conductor se queja porque la Policía no estaba junto al semáforo que se saltó.
Vaya por delante, y clarito, que algunos de los que protestaban, de los que han de pagar, pueden ser víctimas inocentes, herederas de un inmueble metido en un limbo legal. Pero la salvedad no evita creer que la mayoría de los manifestantes son unos caras. Se construyeron un chalé donde no podían a sabiendas de que hacían trampas. Una segunda residencia nunca es derecho ni necesidad, menos aún cuando media ánimo de lucro (ahorrarse mucha pasta en un vivienda que nunca podrían pagar por lo legal o venderla en un tiempo a precio real de mercado), con la complicidad de unos bancos a los que les interesaba prestar, de unos ayuntamientos a los que les convenía dejar hacer para luego cobrar más impuestos en forma de multas previstas por ambas partes.
La sorda y ciega complicidad financiera e institucional, con ser repugnante, nunca resta un gramo de mala fe al -digamos- promotor.
Como cada cual, conozco dos casos cercanos. Ninguno, chiclanero. Recuerdo como, ambos, compraron un terrenito tirado de precio a sabiendas de que no se podía construir. Pusieron un seto para disimular las obras aunque contaban con que la Policía no llegaría. Levantaron un chalé de lujo y comentaban sus cuentas en los bares. «Me va a salir por 100.000 euros la construcción. Luego pagaré los 5.000 que me pondrán de multa por regularizar y ya está. Tendré un chalé que me costaría 500.000 euros por 105.000». Los que escuchábamos, sólo podíamos añadir un profundo: «Qué guay».
Recuerdo haber acudido a barbacoas en ambos chalés, con jacuzzi, garaje y césped capaz para varias canchas de baloncesto. En aquellos almuerzos, los invitados bromeaban: «Quillo, que en la puerta está un tío del Ayuntamiento con una excavadora. Dice que viene a tirar esto». Risas. Ahora les piden una cantidad ridícula para que se pongan al día y los escaqueados lloran. Éstos, quieren que los que nunca hemos dejado de pagar (500 euros anuales de IBI por una VPO, en mi caso), los que nunca hicimos trampa, ahora, a escote, apoquinemos vía impuestos lo que ellos adeudan. Ninguna risa.
Estos comportamientos demuestran que este país paga ahora un saqueo masivo en el que participaron con usura bancos, empresarios e instituciones, pero también cientos de miles de ciudadanos animados por una fullera adicción a la propiedad. Y nadie se resigna a terminar.
Un váter para 17 vecinos
Mientras rebrotaba el numerito de Chiclana (idéntico en muchos municipios más), mientras miles de propietarios de chalés ilegales exigían una clemencia que creen merecer, a unos 30 kilómetros, en la calle Patrocinio, en La Viña, en el viejo Cádiz, a 40 días de la segunda década del siglo XXI, 17 personas tenían que huir de una finca infecta que se cae y en la que casi todos comparten retrete y cocina.
Si miles de ciudadanos se manifiestan para dejar de pagar una multa por una ilegalidad admitida y voluntaria; si los vecinos viñeros admiten la indignidad sin manifestarse ni levantar la voz ante la negligencia institucional por temor o resignación; si los dirigentes públicos lo consienten para no perder votitos; si los periodistas miran a los toros que pasan por no enfadar a 4.000 lectores; si todos somos incapaces de distinguir prioridades y necesidades es que hemos fracasado de forma colectiva e irremediable.
Será que hemos tragado tal cantidad de mierda y mentira en estos años de falsa riqueza que ya la hemos metabolizado. Hemos llegado a considerarlas alimentos sanos.