El mal menor
Actualizado: GuardarEl punto final de la Comisión Electoral Independiente a la pugna presidencial entre Hamid Karzai y Abdulá Abdulá, por el que declara al primero presidente electo tras descartar la celebración de una segunda vuelta con un solo candidato, clausura los comicios en Afganistán, pero deja cuarteada la tambaleante situación política del país. La renuncia del líder opositor a disputar una segunda ronda de votaciones sin garantías de limpieza agranda la quiebra de legitimidad que pesa sobre el nuevo Gobierno, aunque ha propiciado también la suspensión de un retorno a las urnas de dudosa efectividad; al tiempo que esa misma suspensión concede un elocuente y paradójico respiro para la seguridad en un país amenazado por el fanatismo talibán con una ofensiva sin cuartel contra los electores.
La retirada de la candidatura de Abdulá Abdulá, con la denuncia de que la nueva proclamación de Karzai equivale a un golpe de Estado, no sólo cuestiona la legalidad del poder instituido, sino que suscita un escepticismo sobre la viabilidad de los planes auspiciados por la Administración Obama para avanzar en la progresiva afganización del país como alternativa a la intervención. Es evidente que el convulso proceso electoral no ha contribuido a reforzar la democracia frente a los talibanes y que su anómalo resultado influirá de manera negativa en las opiniones públicas de los miembros de la coalición internacional a la hora de renovar, o ampliar, su apoyo a la pacificación. Pero si algo refleja el fallido proceso electoral es la crítica situación a la que se enfrenta la misión y la peligrosa sombra de involución que se cierne sobre Afganistán, lo que obliga a mantener el compromiso para no dejar a su suerte a tan sensible lugar del planeta.