Para paciencia, la nuestra
Actualizado: GuardarSi hubiera habido psiquiatras en los tiempos bíblicos, donde los acomodadores de ultratumba abundaron, el célebre Job, en vez de considerarse santo se hubiera denominado masoquista. Los diccionarios contemporáneos definen el término como el que goza al verse humillado o maltratado por otra persona. Al parecer, lo pasa en grande. El tenaz líder de la Oposición, señor Rajoy, ha desmentido que él sea adicto a esa extraña doctrina y se ha decidido a expulsar a Costa, antes de echar a otros. Por algo se empieza, si no se aspira a quedarse sin nadie. El desbarajuste en sus filas ha logrado que no pueda alinearse nadie y todo sea un barullo, con más jefes que indios y más cacos que policías.
La paciencia es una virtud suprema. Se dice muy pronto eso de sufrir sin perturbación del ánimo los infortunios y trabajos. El máximo ejemplo de paciencia es la piedra pómez, pero siempre ha gozado de buena prensa y de mejor literatura. Nada menos que Horacio aconseja que lo que es imposible de corregir, la paciencia lo hace tolerable. ¿Es incorregible el PP? Quizá no tenga más posibilidades de rectificación que el PSOE, ya que la mejor gente de España ha optado por ausentarse de ambas organizaciones. «Hay cosas que no tienen remedio, y son las más», decía mi santo patrono Mariano José de Larra, que se impacientó y le puso fecha a su epitafio.
Nadie puede negar que la paciencia sea una gran virtud. Quizá la suprema, ya que forma parte de todas, incluso de algunos vicios.
Pero si hay que buscar un ejemplo de paciencia es el que está dando el pueblo español. El ex presidente Aznar acaba de descubrir a Napoleón, que dijo que prefería un general malo a dos buenos. Lo grave es cuando no hay dos escoger.