ANÁLISIS

Elogio del buen sentido

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La marcha de Sabino Fernández Campo permite no sólo elogiar y glosar su singular figura, sino recordar la generosidad y la altura de miras de muchos de los protagonistas de la Transición política española. Su elección primero como secretario general y luego como jefe de su Casa fue un gran acierto del Rey. En poco tiempo, el general de Intervención, que había tenido una carrera administrativa dilatada en varios ministerios, demostró sus enormes dotes de organizador: la estructura actual de la Casa se debe a él.

Con don de gentes y profesionalidad desarrolló una relación fructífera y extensa con medios de comunicación y con otros actores clave de la sociedad civil, siempre imbuido de sentido patriótico. Dentro de su gran instinto de servicio público, se sintió identificado y ligado a la Corona, como cabeza de la nación y del Estado en los que creía. Su momento estelar fue sin duda la desactivación del golpe del 23-F, pero su prudencia y buen sentido dejaron huella en muchas otras ocasiones.

Tras finalizar su etapa en la Casa del Rey, el Conde de Latores se convirtió en un personaje con la auctoritas que los romanos reconocían a los hombres de Estado, con independencia del cargo que ocupasen. Su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en presencia de los Reyes versó sobre Maquiavelo y su obra 'El Príncipe'; recuerdo cómo mi abuelo, José M. de Areilza, fue encargado de contestarle y darle la bienvenida.

Pero Sabino Fernández Campo podría haber hablado ante la docta corporación, que acabo presidiendo, con igual oportunidad y conocimiento de Alexis de Tocqueville y de las buenas costumbres democráticas, aquéllas que no están escritas en la ley y que hacen que la polis consiga acrecentar su libertad y prosperidad.