Vargas Llosa
Actualizado: GuardarT res respetables señores, entrados en canas, vieron el pasado viernes como un revuelo alteraba la cotidiana tranquilidad de su lugar de reposo y tertulia en el centro de Jerez. Conversaban entre sí cuando vieron pasar a Mario Vargas Llosa acompañado de varias personas y algún que otro periodista. «¿Ése no es...? Sí, hombre... Es el Premio Nobel de la Paz. No, por Dios -interrumpió el tercero- es el Premio Nobel de Literatura». La anécdota tuvo lugar ciertamente hace tan sólo tres días y saca a relucir de la manera más amable y llana posible el debate sobre la eterna candidatura del escritor hispano-peruano al citado galardón de fama y prestigio mundial.
El caso es que Mario Vargas Llosa volvió de nuevo a Jerez. El jueves disfrutó de una fiesta en una bodega de la ciudad y el viernes recogió el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald por su trabajo sobre la figura del uruguayo Juan Carlos Onetti. Y no se le notaba absolutamente nada la fiesta de la noche anterior. Una presencia de estas características en una ciudad tradicionalmente dormida -aunque ya menos- desde el punto de vista cultural vuelve a poner de relieve la importancia de una institución como la Fundación Caballero Bonald y del propio escritor jerezano, cuyo aura literario alcanza una gran parte de los rincones del mundo de las letras y está posibilitando la organización en Jerez de eventos de primer nivel mundial en estos campos.
Y ello pese al sonado divorcio que protagonizaron durante años la ciudad y Pepe Caballero, como lo llaman sus allegados, y que, a todas luces, ha desembocado en una placentera y provechosa reconciliación.
Este undécimo congreso ha vuelto a erigirse como uno de los encuentros culturales más importantes del año en Andalucía y toda España, y hace merecedores al equipo de Fernando Domínguez, gerente de la fundación, de la felicitación más efusiva por ser nuevamente ese acicate capaz de sacarnos durante tres días de la insoportable resignación a la que parecen llevarnos la crisis y las últimas noticias en Jerez. Reunir un cartel con figuras como Llamazares, Armas Marcelo, Luis Alberto de Cuenca e Ian Gibson, entre otros, no es una cuestión desde luego baladí.
Y como la ocasión la pintan calva, aprovechamos para conversar apenas unos minutos con el que da título en el día de hoy a esta gacetilla. El tiempo suficiente para dejarse abrumar por el exquisito y cariñoso uso de la palabra de Don Mario, quien en sus exposiciones tiene, sin duda alguna, algo de hipnótico.
Fue curioso observar como, salvando las elementales distancias, su presencia produjo una especie de fenómeno fan al estilo de lo que pudiera general algún cantante o actor de éxito. Vargas Llosa desveló su admiración por los paisajes y los amigos que encierra nuestra ciudad para él, y, sobre todas las cosas, reivindicó el ensayo como estilo literario y la obra de Onetti al que quiso rescatar de la injusticia de ser «el único de los grandes autores en nuestra lengua que no ha recibido el reconocimiento internacional que merece».
Así que Don Mario llegó, vio y venció; y dejó tras de sí ese tipo de rastro que sólo emanan los genios y que es tan difícil de describir con palabras. Por todas estas cosas hay que agradecer a la fundación que nos dé la oportunidad de ver y sentir de cerca a eminencias de esta categoría, por eso y pese a los recortes generalizados en el Consistorio, hay que seguir manteniendo en todo lo alto el compromiso municipal con la fundación y sus programas, por eso hay que prestar apoyo incondicional a instituciones como ésta o la Escuela de Hostelería de Jerez, que están embarcadas en el imposible mundo de la cultura.
Y volviendo a la conversación que mantuvieron aquellos tres amables señores al ver pasar fugazmente la cabellera blanca del escritor peruano Mario Vargas Llosa por una céntrica calle jerezana, a ver cuándo le dan el Nóbel ya a este hombre. Que viene siendo hora desde hace mucho, ¿no creen?