Fiesta de Estado
Actualizado: GuardarLa conmemoración del 12 de Octubre estuvo ayer marcada por los abucheos recibidos en el desfile militar por el presidente Rodríguez Zapatero, los cuales alcanzaron mayor virulencia que en ocasiones precedentes, y la presencia por primera vez en el acto de representantes de la instituciones vascas; en este caso, del consejero de Interior, Rodolfo Ares, y de la presidenta del Parlamento de Vitoria, Arantza Quiroga. Ambas circunstancias -tanto los gritos proferidos contra el presidente del Gobierno como el desdén con que hasta ahora se venían conduciendo ante la celebración los responsables institucionales de Euskadi- constituyen una anomalía de distinta índole que refleja una censurable falta de respeto hacia el protocolo propio de una convocatoria que reúne a las principales autoridades del Estado; y hacia una festividad que no debería utilizarse como arma arrojadiza contra nadie. Por fortuna, la democracia española está lo suficientemente asentada como para poder acoger en su seno las expresiones de fervor hacia lo que significa el Día de la Hispanidad y aquéllas más críticas o que exhiban desapego hacia los poderes públicos y los símbolos comunes, por desafortunadas que éstas resulten. Pero fue precisamente el desagrado que las consignas contra Rodríguez Zapatero provocaron en adversarios políticos suyos, como Mariano Rajoy y Alberto Ruiz-Gallardón, lo que afea su indecorosa actitud a aquellos que olvidaron ayer con sus proclamas que se trataba de una conmemoración de Estado, encabezada por la Familia Real y en la que iba a rendirse homenaje a los miembros de las Fuerzas Armadas muertos en acto de servicio. Junto a ello, y en otro plano, la significativa presencia del Gobierno vasco en la cita terminó por remarcar la llamativa evidencia de que sólo ocho de los 17 presidentes autonómicos acudieran a la parada militar y a la recepción posterior ofrecida por los Reyes.
El desfile de este año había adquirido un simbolismo especial al coincidir con el 20º aniversario de la participación de las tropas españolas en misiones de paz en el extranjero. La identificación de buena parte de la sociedad con aquellas intervenciones y los organismos internacionales y dirigidas a normalizar escenarios desangrados por la violencia describe lo que espera esa ciudadanía de sus Fuerzas Armadas. Pero las dificultades para afrontar los recelos de la opinión pública ante las bajas en los contingentes militares desplegados y ante la implicación en un conflicto crecientemente espinoso como Afganistán sólo pueden respondidas por el Ejecutivo con la mayor claridad posible sobre qué significa lo que ayer la ministra de Defensa definió como un momento de «inflexión» en el combate en el país asiático y hacia dónde se encamina la misión aliada frente a un desafío tan ineludible.