El Patrimonio cultural, un arma fácilmente arrojadiza
Actualizado: GuardarDe nuevo, ocurre cíclicamente en épocas de crisis, el patrimonio cultural es una magnífica oportunidad para distraer la atención sobre otros asuntos. Su mejor naturaleza: ser reflejo del alma que identifica a sus ciudadanos, es fácilmente utilizada en el sentido que convenga por lo ágil que llega al alma. Llega muy dentro de la opinión popular hablar de su iglesia, de su castillo, de sus murallas. Porque estos son captados como propios, lo más cercano a su sensibilidad como ciudadanos, pertenecientes a esas señas propias de reconocimiento y herencia. Y lo es más en tiempo de crisis, porque donde no hay presupuesto para casi nada, al ser el patrimonio de todos, es fácil encontrar siempre, al cabo de la disputa, otros responsables en su decisión.
No haremos hoy un relato exhaustivo sobre los cambios que la sensibilización social en esta compleja materia ha producido a lo largo de la historia, modificando el discurso sobre su protección, intervención y como ahora nos gusta llamar a los técnicos: la interpretación que sobre ellos se hace. El debate surge cuando el arquitecto u otro artista es capaz de reconocer que hace historia con sus hechos y la historia se lo permite. Es un debate que gracias a Dios, sigue vivo en el tiempo. Me refiero a la interpretación social y finalmente cultural, no a la sola faceta física que una creación o restauración pueda endosar a un edificio u objeto material en un momento dado. También huyo de esa otra interpretación que interesa hacer en cada momento sobre los valores de ese patrimonio, cuando, mezquinamente, interesa mezclarlo con diferentes intenciones que no tienen nada que ver con dichos y propios valores culturales de la ciudad.
Cuando los ciudadanos de Roma vieron como al Panteón, -obra hoy de enorme capacidad arqueológica-, creada y utilizada por quien lo edificó: Herodes Agripa en el 25 a. de C. como templo; que después de actuaciones de Adriano sigue pagana; luego pasa a ser iglesia en tiempos cristianos; y en un proceso de sensible mantenimiento de su ciudad, pasando por más de cien manos, se les coloca ya en el siglo XVII, por el famosísimo y barroquísimo J. L. Bernini, dos torres campanarios al estilo del momento, actuaron. Los romanos las llamaron orejas de asno y no pararon hasta que en 1893 se las quitaron. Protegido, posteriormente quedó como lo que quiso Roma que fuera, un resto de su historia para siempre, sin necesidad de más uso que el asombro estético que produce a sus visitantes cuando en él se entra. Testigo mudo de la inmortalidad que todos perseguimos. Valga el ejemplo de uno de los hitos patrimoniales mas importantes del mundo, pero las orejas del divo fueron eliminadas
La reflexión que traigo con este escrito es que el patrimonio, si tiene una cualidad es la que le da su creador en un primer momento, pero es la historia de la ciudad que le dio nacimiento, la que se encargara de hacerlo suyo, protegerlo, restaurarlo y mantenerlo por los tiempos, como referente y herencia común. No la que diga un medio más o menos de prensa, un político de turno siempre menos temporal que el patrimonio, un técnico que juega a juez o a divo, y producto quizás, las más de veces siempre inmerso en espacios finitos como el nuestro gaditano, de la especulación de las plusvalías de lo nuevo sobre lo viejo. Un patrimonio, lo debe ser por su veracidad. Y su veracidad no depende de lo que digan unos cuantos constructivistas, sino de su capacidad de ser único y existir tal como nació como elemento real y testigo del sentir de una historia en su momento. Pero esa veracidad tiene el peligro siempre de convertirse en arma arrojadiza de otro tipo de discursos, que no suelen respetar el sentir de la otra mayoría. Hablamos aquí una mayoría escuchada por quien debe decidir, es decir una mayoría compuesta en su momento por ciudadanos que luchan respetuosa y cívicamente por que las cosas sean en la ciudad, y no las que tratan de confundir en interminables desencuentros. Es el ciudadano calmado y diligente, el que decide que debe pertenecer a la historia de la ciudad, y es el ciudadano que vive la ciudad en ese momento el que propone que así sea. La democracia es así de clara y no cuando interese utilizarla solo en un sentido.
Aquí en Cádiz se han echado de menos algunas voces de la historia, y otras que nunca están en las noticias por temor a las listas y al que dirán. Una ciudad con demasiados miedos evidentes para opinar con nobleza y capacidad de esfuerzo y trabajo. Nunca un movimiento ciudadano de verdad, demostrando lo difícil que es la libertad de opinar abiertamente por lo que unos ciudadanos creen que es su patrimonio, ha movido tanta noticia y tanta tinta y ha terminado como con un regusto de rechazo, por la potencia y la presión de quien no es ni mas ni menos ciudad que los ciudadanos, independientemente de los colores y las manchetas.
En un lugar como el nuestro, magnífico, casi el mejor y casi terminado, se dice que un enemigo del patrimonio son las épocas de abundancias, ya que el dinero lo vence casi todo, pero yo creo que en Cádiz los fenómenos de tirar a atroche y moche, sea Residencia del tiempo libre -sea Náuticas, sea Plaza de Sevilla-, sea cualquier posibilidad para sanear una cuenta inmobiliaria o urbanística con un solar y un mamotreto a cambio, se están dando en estos últimos tiempos con demasiada asiduidad. Hay que buscar otros caminos para sanear las arcas. Y decir esto en Cádiz, no crean ustedes que no cuesta lo suyo, de verdad se los digo.
Finalmente, no soy amigo de las citas, porque para escribir uno lo mejor es decir lo que uno quiere decir, y no lo que dicen otros, que para eso están los libros, otra cosa es no brillar sólo. Sigo. El patrimonio, lo mejor que tiene es su generosidad en el tiempo para ser compartido por y con todos, independientemente de los intereses de cada cual, ya que formar parte del patrimonio, aunque yo no esté de acuerdo en confundir actuaciones de interiorismo con edificios, pero lo respeto. Yo también disfrutare tanto del mantenimiento del Patrimonio paisajístico del siglo XX en la Plaza de Sevilla, como de una clínica, o de una iglesia, o una harinera de buenas hechuras, aunque no sea el sitio. Al final, si alguien las tira por otros intereses, ellas nunca podrán ponerse de pie por sí mismas. Todo por culpa de las distorsiones que cada cual emplea para convertir el patrimonio en arma arrojadiza en cualquier batalla. Ya les he dicho entre líneas porque más en esta tierra. Por eso hay que respetar la cautela de la tutela del patrimonio, que no se equivocará nunca no tirando. Y otro día hablaremos del estado del Fuerte de Cortadura, Puertas de Tierra y algunas penas de herencia, visitadas cada día por más publico.
Y si quieren poesía para terminar, hay refranes de El Quijote como el del «ladrón y la condición» o aquél del «cojo y el mentiroso», que bien pueden terminar aludiendo a lo que suele ocurrir con patrimonios de todos que se convierten, por arte de birlibirloque, en patrimonios de muy pocos.