EL LABERINTO

Gastos superfluos

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La semana pasada no ha estado precisamente llena de buenas noticias. Nos enteramos de que nos quitan definitivamente los 400 euros, esos mismos que nos dieron indiscriminadamente y que ahora, también indiscriminadamente, dejarán de poder deducirse en el I.R.P.F.

Nos hemos enterado de que nos aumentan el IVA, ese impuesto que hace que nos salga más cara la compra de la ropa, los muebles, la vivienda, los alimentos, el transporte y hasta los servicios funerarios, entre otros muchos productos y servicios diversos.

Afortunadamente nos mantienen en el 4% el IVA que grava a los productos básicos de alimentación (leche, pan, huevos y poco más), los medicamentos (entiendo que la píldora del día después ha dejado de serlo, por eso de la libre dispensación), los libros (supongo que también los que usan los niños de 15 meses en las guarderías, y que ya superan el precio de cualquier texto universitario de medicina) y las viviendas de protección oficial (a ver quien es el valiente que se acerca por el banco y se lanza a comprar una, por muy protegida que esté). Nos aumentan los impuestos al ahorro; ya hay quien piensa en desempolvar el calcetín de la abuela. Y para colmo de males, como si la semana no estuviese ya completita, y por una vez en la que los políticos están todos de acuerdo, los noventa y tanto señores del COI nos quitan las Olimpiadas.

Seguramente todo tiene su justificación. Por ejemplo, en el asunto Olímpico era fácil suponer que los Juegos se irían para una ciudad candidata de un país, como Brasil, que nunca había sido sede.

Así que la votación no nos deparó muchas sorpresas, aunque nuestra candidatura fuese sin lugar a dudas la mejor (y eso que Cádiz no era subsede, a pesar de lo bonita que va a quedar con ese itinerario arquitectónico-cultural que empezaría en la Harinera y llegaría a la inigualable Estación Marítima, edificios de tan gran belleza que ofrecerían el mejor marco para dar relieve a las pruebas de vela). Lo del asunto de los Presupuestos seguro que también tiene su justificación, aunque sinceramente hay cosas que no acabo de entender.

Posiblemente mi limitación se deba a que, dedicada como estoy a revisar una y otra vez las cuentas de la casa para poder llegar a fin de mes sin mayores sobresaltos, las cuestiones macroeconómicas me desbordan.

Por mi parte he renunciado, imagino que como la mayoría de los españoles, a muchos gastos superfluos. Desconozco si esta estrategia pudiera ser extensible al marco político-económico del país, pero imagino que también habrá algún que otro gasto no imprescindible que se podría eliminar.

Por ejemplo, el elevado número de asesores, o los papeles que generan las actividades duplicadas de nuestro feliz y eficiente estado de las autonomías. También me pregunto si volverán a regalarnos el próximo año los casi 22 millones de bombillas de bajo consumo.

Si es así, renuncio al regalo; seguro que mi maltrecha economía podrá hacer frente a su compra. Quizás esos gastos, y algunos otros, puedan corresponder al «chocolate del loro», aunque resulta incomprensible como el loro no se ha muerto ya de una indigestión.