ANÁLISIS

Una victorinada en precario

MADRID Actualizado: Guardar
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D e los seis toros que trajo Victorino, uno, cosido a cornadas en los corrales, no pasó el reconocimiento. De los cinco que entraron en el sorteo, el tercero, de amplio balcón, negro entrepelado, montado y serio, fue toro frágil y escarbador. Galopó con cansado aire, perdió las manos dos o tres veces y tanto el palco como Sergio Aguilar trataron de mantenerlo en pista. Se impuso un coro de palmas de tango y fue devuelto el toro. Por él entró en liza un sobrero de Julio de la Puerta, negro y acarnerado, paso y vuelto de cuerna, con aire de toro viejo, cuello de buey. La lidia entera de ese sobrero se comió media hora larga de festejo. A mitad de corrida los dos victorinos primeros parecían de otra feria.

Las corridas de Victorino no admiten sobreros porque con ellos se parte el espectáculo sin la menor simetría. Por el toro zurrado había entrado en el reparto un gigantesco cinqueño castaño del hierro de Carriquiri, que pesaba 600 kilos y parecía más, y que, visto todo lo que hubo que ver de Victorino, contó de otra manera.

Descompuesta por las circunstancias, la corrida de Victorino no dejó de tener su propio estilo. Un fiero segundo de elástica movilidad y agresivo estilo fue el toro de la corrida. Por personalidad. Por su sentido de bravura clásica. Eléctricas las embestidas, como calambrazos. Muy emocionante el toro: su presencia y su conducta. Hizo amago de saltar el primero de todos, que descolgó con bondad sin llegar a humillar ni a estirarse. Tardo y noble, pobre el son, un poco frenado. Le hizo daño un desafortunado puyazo trasero.

Los dos victorinos de la segunda parte no tuvieron el aire de los de la primera. No se empleó ni en el capote ni en el caballo ni en la muleta el cuarto, un toro zancudo y algo pegajoso. El quinto, largo hasta la exageración, cinqueño, montado y casi ensillado, hizo amago de saltar dos o tres veces, metió los riñones en una dura vara primera y no llegó a fijarse del todo nunca.

Se apoyó en las manos. La corrida, tan en precario, no le gustó a la inmensa mayoría. Salvo el segundo de la tarde, que puso a todos de acuerdo.

Anunciado con dos victorinos en cita formal, Sergio Aguilar no llegó a matar ninguno. Sí José Luis Moreno, que venía de matar sólo hace una semana en Pozoblanco seis victorinos de una tacada y con éxito. Y se notó especialemnte en su serenidad, en la paciencia, en la inteligencia. Y sí Urdiales, espléndido con la espada, arrojado como nunca, gladiador de lujo en este turno. Sobre todo, en el del toro de la emoción que puso a la gente nerviosa y de parte del torero. Una bélica faena, cuyos mejores muletazos volaron en la apertura, y cuyo sentido último fue un ten con ten muy tenso.

Defendió el toro su terreno, no consintió y no se dejó pegar dos muletazos seguidos. A un cuarto sin celo alguno. A los dos los mató por arriba con facilidad. Urdiales y el quinto fueron versión de un temerario David contra Goliat resuelto con muletazos de pitón a pitón. Y una estocada de soberbia habilidad. Aguilar, todo sangre fría, se pasó muy cerquita las embestidas dóciles pero inciertas y adormecidas del torazo de De la Puerta. Y toreó despacito y firmísimo al toro de Carriquiri, que se movía rebotado y sin gana.