ENMIENDAS AL PARADIGMA

El atasco democrático

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Los suculentos sueldos y otras prebendas (contratos blindados, comisiones...) que obtienen los ejecutivos de los grandes bancos del planeta es un tema que estos días parece preocupar a los responsables políticos de medio mundo, máxime cuando la gestión de muchos de tales ejecutivos ha resultado con frecuencia desastrosa para las cuentas de esos mismos bancos y, de rebote, para todo bicho viviente, según estamos comprobando en estos tiempos de crisis económica, o, para ser exactos, de desvergüenza económica.

Después de mucho marear el asunto, los integrantes del G-20 sólo han conseguido «un principio de acuerdo», sin fecha para el acuerdo definitivo. Al parecer, acabar con esa situación está resultando difícil. Debe ser porque se trata de desenredar un lío que tiene una doble autoría: por un lado, son responsables, sí, esas élites económicas afectadas por la «neurosis del lucro»; pero, por otro lado, lo son también esos mismos responsables políticos que ahora claman al cielo por algo que era lógico que ocurriera, dada la peculiar relación amorosa entre economía y política que se ha ido consolidando a lo largo de los últimos decenios con el consentimiento de los gobiernos de todo el mundo.

De todas formas, el asunto de los megasueldos a los altos ejecutivos de la banca no deja de ser un síntoma, entre otros, del vergonzoso síndrome que tiene enferma a la democracia en el mundo entero: el trato exquisito que la política tiene con quienes manejan el cotarro del dinero. Mientras una mísera subida de salarios requiere la constante presión de los trabajadores a través de cauces legales minuciosamente elaborados bajo la consigna de la racanería, los megasueldos de esas élites favorecidas por el amor de Dios, en cambio, se incrementan a la velocidad de la luz, pero en la más absoluta oscuridad, entre las tinieblas de ese sospechoso secretismo tan respetado en nombre del dogma de la oferta y la demanda. Lo positivo de este estado de cosas es que ahora salen a la luz todas estas maniobras orquestales que siempre se han practicado en la más absoluta oscuridad. Y ello para escarnio público de un sistema político liberal-democrático que se dice defensor de la libertad, la igualdad y la justicia.

No cabe otro remedio: si de verdad queremos que el mundo supere, no ya esa crisis económica venida del cielo para amedrentar a los más desfavorecidos, sino el atasco democrático, social y moral que amenaza con cargárselo todo, habrá que mandar a la mierda de una vez por todas esos dogmas neoliberales que llevan la precariedad y el miedo a tantas vidas humanas.

Estas cosas tenían razón de ser cuando el Estado era considerado de origen divino y sus gobernantes los delegados de Dios en el mundo para guiar los destinos del descarriado ganado humano; ahora, y desde hace más de dos siglos, el Estado, los gobernantes, la economía, la política..., dependen de la soberanía popular. Al menos eso dicen las leyes; es hora ya de ir pensando en hacer realidad ese hermoso mito conservado intacto por el formol (o el cloroformo) de la historia. O por el secreto bancario, que viene a ser lo mismo.