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El otoño que viene

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Septiembre ha tenido este año una sola ventaja: nadie ha hablado del trauma del regreso al trabajo, ese que había que hacerse mirar si no desaparecía en dos meses, porque el que puede hacerlo, el que tiene un tajo donde volver, una mesa que ocupar, sabe que es un privilegiado y lo único que registra, en todo caso, es el síndrome de «virgencita que me quede como estoy». Un síntoma más de que nos hemos bajado, a la fuerza, del pedestal de nuevos ricos. Bienvenidos al mundo real, un mundo desquiciado en el que, pese a todo, seguirán siendo necesarios los psiquiatras de cabecera. Es el tiempo de la angustia: resulta estremecedor el testimonio de un joven parado chiclanero, en LA VOZ del viernes, que decía en la cola del SAE: «Vengo sin esperanza, sería mejor que me muriera».

Estamos tan acostumbrados a cifras y porcentajes que nos hemos inmunizado, pero sólo constatar que hay 53.000 gaditanos que llevan un año en busca de un empleo, sin encontrarlo, da espanto. Cuatro veces la ocupación del estadio Carranza, calculo por encima, un domingo cualquiera, cuatro veces la riada de gente que recorre arriba y abajo la avenida después del partido, es la cantidad de personas que llama cada día a una puerta y a otra, a ver qué hay. Puede ser que la provincia de Cádiz esté resistiendo mejor que otras, dicen los portavoces oficiales, pero que se lo cuenten a los parados, o a los que estén en trance de serlo. Alguien, y del ámbito ideológico de la socialdemocracia, me comentaba este verano cómo aquí en Andalucía no habíamos conseguido remontar la alta tasa de paro después de treinta años de socialismo, y preguntaba si se hablaba de eso, si se criticaba, en las tertulias o en los medios en la medida en que lo merece.

En cambio, para no aguarle el domingo a los lectores, hemos de celebrar que se desactiva otro de los grandes motivos de pánico de la temporada: la pandemia de gripe A. El dato que conocimos el miércoles de que ha pasado el invierno en el hemisferio austral con un poco menos de mil muertos por la enfermedad viene a decirnos que, en efecto, la cosa no es para tanto, habida cuenta además de que en buena parte se trata de países que no tienen sistemas de salud mínimamente preparados. Habrá quien quiera mantener la tensión, ya se sabe lo que se está gastando la industria farmacéutica en boicotearle a Obama su plan de salud, así que no es de extrañar que haya otro presupuesto similar para vender vacunas, pero procede sumarse a las llamadas a la calma que encabezan los propios médicos.

Toca, en fin, seguir en la resistencia contra el fatalismo y el desánimo. No todo va a salir mal. A veces hasta se hacen las cosas bien y aún más, se hacen bien en la política. Un ejemplo, pequeño y cercano: el PSOE de Cádiz ha optado por expulsar a un grupo de críticos que, amparados por la sigla y el emblema del partido, difamaba a sus propios jefes, a compañeros y a quien quiera que les incomodara. Por una vez se ha aplicado la disciplina en vez de darles un carguito e incorporarles a la pomada para callarles, que es lo que quizá intentaran, porque otros antes lo consiguieron. La crítica interna, política, es indispensable, no sólo necesaria, pero hay límites, legales sobre todo, a la libertad de expresión, aparte del propio listón de la coherencia: cuando alguien está tan en contra de una organización cabe preguntarse por qué sigue allí. No ha lugar al victimismo. Es necesario, en este y en otros contextos, saber que no todo vale.

lgonzalez@lavozdigital.es