El cerco
Actualizado: GuardarEstamos rodeados. A esa vieja diligencia traqueteante llamada España la atacan tribus periféricas, algunas ciertamente más evolucionadas, que todo hay que reconocerlo, empeñadas en no reconocer la Constitución. Pasa como en los antiguos western cuando no se llamaban todavía así, sino películas de cowboys. Ahora lo malo no es que haya más indios que jefes, sino que los jefes siguen insistiendo en hacer el indio. El clamor de los parados catalanes no ha dejado oír las proclamas nacionalistas en la Diada. «Más trabajo y menos banderas», gritaban los trabajadores que van a quedarse sin trabajo en Nissan y Roca. El sindicato puede convertirse en una patria. Lo primero es lo primero y el Estatut sobra, o se aplaza para tiempos mejores cuando no hay trabajo.
No creo que estuvieran mejor en los tiempos de Toro Sentado, pero por lo menos él estaba más cómodo. El presidente Zapatero, que practica la impavidez ante el azar, después de estudiar minuciosamente la subida de los impuestos indirectos, les ha dado un sobresaliente. Dice que suponen un pequeño esfuerzo para una parte de la sociedad, pero eso no es rigurosamente cierto: el esfuerzo será para todos porque si sube el IVA no se libra nadie.
Aumentar el impuesto sobre el consumo nos obligará a consumir menos. Los llamados impuestos indirectos son los que más directamente repercuten en nuestros bolsillos. Cuando sube el precio de la gasolina, del tabaco y del alcohol sólo nos cabe, si bien con muchas estrecheces, quedarnos en casa, dejar de fumar y beber agua mezclada con gaseosa, que tengo entendido que no perjudica al hígado, a condición de que se haga con moderación. Lo único que nos falta por saber es hasta qué punto se puede estrechar el cerco. Ni siquiera los numantinos lo tuvieron claro.