Irán ante Obama
Actualizado: GuardarL a investidura para un nuevo mandato de cuatro años del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, reflejó el ostensible vacío con que la oposición ha asumido su reelección y la preocupada frialdad que ésta despierta en la mayor parte de la comunidad internacional. Un discurso desafiante y desdeñoso hacia la disidencia interna y las potencias occidentales fue la respuesta del líder ultraconservador, que inicia a nueva legislatura condicionado por los rescoldos de la movilización social contra el escrutinio electoral y por la fragilidad de un régimen que ha revelado sus fricciones internas. Las alusiones de Ahmadineyad a la resistencia frente a los que identifica como países opresores y la determinación de seguir luchando por cambiar «los mecanismos discriminatorios en el mundo», con ser inquietantes, no despejan sin embargo el interrogante esencial sobre cuál será su acción de gobierno.
Es extremadamente comprometido vaticinar cómo influirá la crisis del régimen sobre sus futuras relaciones con Occidente. Pero no es descartable que el líder fundamentalista iraní, enfrentado a las objeciones sobre la legitimidad de su elección y que percibe hostilidad incluso dentro de su propio clan, opte por una apertura hacia el exterior para contrarrestar los movimientos de la oposición que exige reformas y modernización. De la evolución de ambos factores, supeditados también al cisma que persiste entre las facciones palestinas, dependerá que EE UU logre configurar el tablero geopolítico que pretende en la región. Un objetivo dibujado por Obama en su discurso en El Cairo al mundo árabe que requiere al menos tantas dosis de realismo como de ambición.