Opinion

Paro de verano

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L a evidencia de que la recesión se ha complicado en España por las particularidades de nuestra economía y de que el paro sigue presentando el crecimiento más pronunciado e inquietante de la Unión Europea obligan a evaluar de manera agridulce y con suma cautela la mejoría experimentada por el mercado laboral por tercer mes consecutivo. La cifra de desempleados se redujo de nuevo en julio -esta vez en 20.794 trabajadores-, mientras que las afiliaciones a la Seguridad Social se incrementaron en más de 45.000 personas. El contexto viene siendo tan negativo que cualquier asomo de recuperación o, al menos, de freno en el continuado deterioro de la situación económica, especialmente si proviene del castigado mercado laboral español, ha de ser recibido con un alivio expectante. Pero la coincidencia tanto del Gobierno como de los sindicatos y de la patronal a la hora de vaticinar un previsible repunte del desempleo en cuanto llegue septiembre da idea de la fragilidad sobre la que se sostienen los síntomas positivos y las fuertes dificultades a las que se enfrenta el trabajo en nuestro país para recuperar los niveles de ocupación de antaño.

La reducción del paro en el último trimestre apenas concede un respiro frente a la constatación de que se han rebasado los cuatro millones de parados y que el período más agudo de la crisis ha multiplicado los hogares con magros recursos y las demandas de prestaciones por desempleo, con la consiguiente merma en el margen de actuación de las arcas públicas. Y aunque quepa congratularse de las consecuencias beneficiosas que se derivan tanto de la temporada estival como del Plan de Inversión Local promovido por el Gobierno, ambos elementos ponen de manifiesto, por una parte, una elevada dependencia de la estacionalidad; y, por otra, los riesgos de que se pueda ir difuminando el impacto de las ayudas gubernamentales dado que éstas tienen de momento fecha de caducidad. El Ejecutivo parece confiar en que la contención del paro favorecida por su intervención se prolongue lo suficiente para aguantar a que la tormenta escampe y se consoliden los signos de recuperación. Pero ni está garantizado el cambio de tendencia, ni pueden albergarse expectativas ambiciosas sobre una salida rápida y airosa de la crisis sin iniciativas que contribuyan, además de a mantener el empleo, a volver a encontrarlo si se ha perdido.