Proyectos que pueden ser una bomba de relojería
| NUEVA YORK Actualizado: GuardarEl desgaste de la imagen del presidente estadounidense, Barack Obama, cuyo nivel de popularidad sigue alto pero no tanto como el de George W. Bush y otros presidentes durante los primeros seis meses de su mandato, le ha obligado a embarcarse por primera vez desde su elección en una intensa campaña para evitar que el declive de su estrella política le impida sacar adelante proyectos e iniciativas que definirán su presidencia.
El mandatario ya ha dado instrucciones a su círculo de asesores para no bajar la guardia ante lo que parece ser el fin de la luna de miel y una caída en los sondeos, que ya ha sido aprovechada por los republicanos para tratar de torpedear algunas de sus iniciativas de reforma en materia de salud, defensa o inmigración.
El cierre del centro de detención de Guantánamo anunciado para enero de 2010 le demostró cuán efímeras pueden resultar algunas promesas electorales. Sus propios aliados demócratas en el Senado le pusieron la primera piedra en el camino cuando cedieron a la presión de los republicanos y votarán en contra de cualquier intento de encarcelar, procesar o liberar a los 240 detenidos en suelo estadounidense hasta que el Gobierno presente una estrategia clara. La propuesta de Obama había sido considerada toda una declaración de intenciones de su política sobre los derechos de los presos y una clara deslegitimización de todo lo hecho por Bush en materia antiterrorista. Ahora, con los legisladores en contra de aceptar un aluvión de presos sin juicio posible, el asunto de Guantánamo puede convertirse en una bomba de relojería que mine los próximos meses de su mandato.
En el frente exterior, la mayoría de los escenarios no le van a permitir impulsar su agenda de manera satisfactoria. Más bien al contrario. No se adivina ningún punto caliente que le vaya a dar tregua, empezando por Oriente Próximo, donde Israel y su rechazo a frenar su política de asentamientos, como le pide la Casa Blanca, no va a facilitar la vuelta al diálogo con los palestinos. En Irán, con un Ahmadineyad a la defensiva por las convulsiones que sacuden al país tras el fiasco electoral, el escenario es menos propicio que nunca para encauzar el debate sobre las ambiciones nucleares de Teherán.
Los éxitos en Irak y la buena marcha de los planes de retirada del Ejército norteamericano no significan el fin de la guerra, como sueñan en Washington. Tampoco que el Gobierno de Maliki se vaya acomodar a los intereses occidentales cuando desaparezca la presión militar de EE UU. En cualquier caso, las cosas marchan moderadamente bien al día de hoy y eso le sigue dando credibilidad para llevar la iniciativa en los conflictos de Afganistán y Pakistán, la otra guerra que a buen seguro marcará los primeros cuatro años de su presidencia.