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Visita confusa

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L a histórica visita a Gibraltar del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, la primera de un canciller español al Peñón desde que en 1704 fue ocupado por los británicos, ha reflejado, intensificándolas, las dificultades de la diplomacia española para conciliar sus reivindicaciones sobre la Roca con el espacio de cooperación abierto con Gran Bretaña y las autoridades gibraltareñas. Moratinos se esforzó ayer en salvaguardar este doble posicionamiento incidiendo en que la exigencia sobre la soberanía, avalada por Naciones Unidas, es "irrenunciable", pero subordinándola por ahora al foro trilateral sobre la gestión cotidiana de los problemas del Peñón y de aquellos que puedan surgir de su anormal estatus en el seno de la UE. Pero el inédito viaje de Moratinos constituye un gesto de tal simbolismo que habría requerido de una estrategia más clara y explicaciones de mayor consistencia. Máxime, además, cuando la visita estuvo a punto de truncarse por la polémica en torno al control y la jurisdicción de las aguas que rodean al Peñón. La situación jurídica, económica y medioambiental de Gibraltar continúa siendo una anomalía en el contexto de la integración de la UE y entorpeciendo una relación de confianza entre dos países europeos y democráticos. En un contexto en el que Gran Bretaña parece decidido a apoyar la progresiva conversión de Gibraltar en una suerte de microestado bajo su tutela, la diplomacia española ha de ser consciente de que los gestos precipitados o confusos pueden comprometer su reivindicación de fondo a través de la fuerza normativa de los hechos.