La ciudad soñada
Actualizado: GuardarAmables lectores, disculpen que les siga hablando de la ciudad soñada. Para quienes no me leyeron la semana pasada les diré que hubo una vez una ciudad que fue la admiración de propios y extraños, a quienes arrancó las palabras más lisonjeras y apasionadas. De entre ellas, hay una breve frase que siempre me conmovió especialmente. Es casi una sentencia que pronuncia Alejandro Ramírez en 1791: «quien desee conocer el corazón humano y ver los efectos prodigiosos del comercio y de la industria debe venir a Cádiz a admirarse». Porque no es otro el secreto de esta ciudad esplendorosa que fue epicentro entre dos continentes durante una centuria, gracias a que en ella concurrieron gentes de toda Europa (cuyos apellidos dan hoy día un aire exótico y distinguido a nuestro listín telefónico), llegando a representar el 10% de la población, haciendo posible que funcionaran a diario un Teatro Francés y otro Italiano, circularan más de setenta pequeños periódicos, se concentraran los mejores artesanos del Reino y se formaran las bibliotecas más surtidas del pensamiento de la Ilustración.
La fuerza que soplaba detrás era una mentalidad comercial, activa y emprendedora, culta y librepensadora. Ese es el secreto a voces del esplendor de esta ciudad, lo que la hizo grande mientras lo poseyó y lo que la fue dejando fuera del foco de la historia cuando comenzó a declinar. No deja de ser paradójico que se celebre la derrota de los extranjeros que encarnaban los valores de la burguesía comercial y revolucionaria de entonces frente al casticismo pacato e ignorante de la rancia aristocracia oligárquica que dominaba el resto España, con Fernando VII y el cura Merino a la cabeza. Una ciudad donde hubo ricos comerciantes que fueron mecenas de grandes artistas. Mencionemos a Sebastián Martínez, protector de Goya, en cuya biblioteca el 50% de las obras estaban escritas en francés o italiano. Un hombre que llegó a poseer una de las colecciones de pintura más importantes de Europa, donde Goya, vio pinturas, estampas y grabados que le facilitaron dar un salto en el tiempo inaugurando la contemporaneidad, tal como Borja Videll, director del Reina Sofía, acaba de reconocer dándole entrada en este museo de arte contemporáneo.
Pero, quisiera insistir en el espíritu, en la naturaleza, la cultura o el ser de esta ciudad. Una pregunta con la que se hace con frecuencia pirotecnia política cuando debiera ser el santo grial que busquemos entre todos. La memoria histórica del mejor Cádiz es el de una ciudad culta, libre, multicultural, universitaria, artesana, comercial, portuaria y emprendedora.
Este es el mapa más o menos aproximado del tesoro. La cuestión es qué significa y cómo se traduce esta naturaleza al siglo XXI y si tal empresa de recrear la ciudad es posible. Este momento en que nos afanamos en celebrar el Bicentenario de la Constitución que representaba los valores de aquellos nuestros antepasados, es sin duda una ocasión de oro para hacerlo. Las ciudades, como las personas, se reinventan a lo largo del tiempo, y esta ciudad necesita un relato que nunca se ha hecho.
Un relato que no nos lleve a la melancolía del recuerdo de tiempos mejores, sino al desafío frente al futuro asumiendo la memoria histórica del pasado más glorioso. Hoy, en la sociedad del conocimiento, sólo una ciudad culta y emprendedora podrá volver a entrar en la historia. Ese es nuestro reto.