LA CUARTO DE PALABRAS

De la ciudad

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Mírala con detenimiento, es un diálogo permanente de edificios, plazas, calles... un hábitat, un bosque urbano, un lugar de formas en el que se proyectan, como aristotélico, sensaciones, pensamientos, entendimientos, fantasías... A la ciudad le es sustancial un alma (¿que no?), es un vehículo solidario con sus habitantes que se convierte en ese lugar en que se recopilan momentos históricos, alegres, rutinarios, íntimos... nuestros momentos, y en el que dejamos el ánima, como platónica, en vivencias y recuerdos en sus edificios, plazas, calles, en un sedimento etéreo, para que sienta, piense, entienda, imagine eternalmente, en su misma mismidad... Un bastinazo.

Me dio el punto el día del Carmen, por la cosa de la procesión marinera, pero entonces caí en que la ciudad emerge de la mar, en que efectivamente debajo de los adoquines está la playa, y me lié y me alié con los adoquines. No entiendo a sus detractores, por ellos habla la ciudad, ¿qué tallistas los han labrao?, ¿de qué cantera vinieron?, ¿de Quintana, de Gerena?, ¿llegaron como lastre de América?, ¿estaban en el almacén municipal de cuando solaron Columela? Yo qué sé, pero cuántos maniguetas siglo tras siglo habrán hondado su cuerpo de granito gris con la punta de la horquilla, cebándose a la izquierda rutilante al acorde de Estrella Sublime, buscando la mar debajo de los adoquines, tran, tran, tran, tran. Vinieron y se quedaron en la ciudad (¿tendrá alma el adoquín..?) Qué derrotero (en el escapulario ni entro, es textil, pero daría con Macondo...) En fin, que viví la procesión del Carmen, y envuelta de incienso y miradas mi rogatoria me persigné a su paso, «Enróllate, chocho, que está la cosa mu chunga...» Parece irreverente, pero ella me entendió, es de madera y también tiene alma, como la ciudad... (que me quedé huérfano de La Novela y la Ciudad, tú, y me ha dao cosa).