Rayán descansa con su madre
Entre una nube de periodistas y vecinos, ayer fue enterrado en Mdiq junto a Dalila
| ENVIADA ESPECIAL. MDIQ Actualizado: GuardarEl féretro es diminuto. Envuelto en una funda, el pequeño ataúd blanco de Rayán parece apenas una bolsa de deporte, una maleta. Cuando el avión CASSA de la fuerza aérea marroquí apaga sus motores en el aeropuerto de Tetuán, un silencio sobrecogedor invade la pista. Sólo se oyen los sollozos de algunos familiares del niño, al que conocen por primera y última vez.
Rayán fue enterrado ayer en Mdiq junto a su madre, Dalila Mimuni, la primera víctima mortal de gripe A en España. El niño, prematuro y con tan sólo dos semanas de edad, fallecía el lunes víctima de un fatal error médico en el hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Rayán llega acompañado de su padre, Mohamed el Uriachi, y de su abuela materna, Aziza Ismaili. En el aeropuerto, una veintena de familiares espera desde primera hora de la mañana la llegada del avión fletado por el rey de Marruecos para repatriar el cadáver del bebé.
«Lo que le ha sucedido a este niño no se puede permitir», se lamenta Chama Dadachi, tía de Mohamed. «Morir de una enfermedad es comprensible, pero no así. A Mohamed le han quitado las ganas de vivir».
El ataúd es trasladado en una pequeña ambulancia hasta el centro de Mdiq, el turístico pueblo donde nacieron los padres del niño, y depositado en la mezquita. De lejos, Sora y Sahra, dos vecinas del barrio de la familia, observan con sus carritos de la compra y el monedero en la mano. «Qué tristeza. Una chica tan joven y ahora su bebé», dice Sahra mientras se coge el brazo de su amiga.
El pueblo entero sabe de la desgracia que se ha cernido sobre la casa de las familias Mimuni y el Uriachi. En Mdiq todo el mundo se conoce, así que la fila de amigos, parientes y vecinos que se acercan a dar el pésame es larga. Muchos esperan en el sombreado patio de la casa, donde una frondosa parra y varias plataneras han dado ya sus frutos. En el salón de la vivienda, cuadros con versos del Corán bordados con hilo dorado cuelgan de las paredes junto a imágenes de la Meca y del edificio sagrado de la Kaaba. El joven padre de Rayán, cabizbajo, apenas acierta a articular palabra, llevado y traído por una nube de tíos, primos y hermanos.
A la casa de los progenitores de Mohamed también acude el alcalde de Mdiq, Mohamed el Yacubi, junto a varios funcionarios. Llegan vestidos con la tradicional chilaba blanca, babuchas color azafrán y el tarbush rojo, en señal de respeto. Leen en voz alta la carta de condolencias que ha enviado el rey Mohamed VI a la familia, que agradece el gesto. A Amina Mimuni, que regenta la teleboutique Omnid, muy cerca de la casa de Mohamed, se le humedecen los ojos cuando recuerda a Dalila. «La conocía desde pequeñita, una niña encantadora».
Cortejo fúnebre
A las dos de la tarde, a Rayán ya lo llevan a enterrar. El cortejo fúnebre sale de la mezquita donde se ha ofrecido una oración al pequeño, y enfila la cuesta del cementerio. Unos doscientos hombres acompañan al niño, cuyo ataúd es transportado en brazos por su padre y otros familiares. El féretro se pierde entre la multitud. «Que Dios lo acoja en el Paraíso. Alá es grande y Mahoma su profeta», repite la comitiva durante el escaso kilómetro que separa el templo del camposanto.
La tradición dicta que sólo los hombres acudan a los funerales, tanto a la mezquita como al cementerio. Las mujeres, que únicamente visitarán la tumba cuando hayan pasado tres días del entierro, se han quedado en casa. Sin embargo, varias vecinas, al paso del cortejo fúnebre, ululan desde los balcones. Del cielo cae plomo derretido.
El hoyo estaba listo desde la tarde anterior. Junto al pequeño agujero, se alza la sepultura de Dalila Mimuni, a la que aún no han construido una tumba. Según la costumbre marroquí, hasta que no pasan cuarenta días del entierro no se pone lápida. Mohamed entierra a su hijo junto a su esposa, y las gotas de sudor se mezclan con las lágrimas.