Tío Juane fue requerido en varias ocasiones por el ex presidente del Gobierno. / LA VOZ
Jerez

Tío Juane: maestro fragüero

Juan Fernández Navarro destacó en el arte flamenco además de con el yunque y el martillo

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En nuestro compromiso de traer a las páginas de La VOZ a un sortilegio de apellidos y familias que, por haberse distinguido con sus actividades y profesionalidad son de nuestra predilección, lo hacemos en todos los órdenes y sin concepto de clases, ensalzándolos por sus méritos. Trayendo igualmente al rico que al desclasado, al ilustre que al burgués, al pobre que al potentado. Todos por igual tendrán su sitio y publicado por ello sus valores a favor de Jerez y de la sociedad, las artes, las letras, la economía, la industria, etc.

Dada la coincidencia de que en Jerez son numerosas las familias que ostentan el apellido Fernández y que en ellas ha habido y hay destacados miembros dignos de ser mencionados, hoy queremos dedicarle esta doble página a Juan Fernández Navarro, apodado Tío Juane, quien naciera en nuestra ciudad en el año 1920.

De Tío Juane hablaremos largo y tendido, ya que en este jerezano confluyen dos facetas, la laboral y la artística, o, lo que es lo mismo, la fragua y el cante flamenco. Comenzaremos reseñando que en años de guerra, penurias, hambre y desolación, Tío Juane se casó con María González Jesús, teniendo siete hijos: Paco, Manuel, Cayetano, Juani, Carmen, Enriqueta y Bricio Jesús, a los que educó en los valores gitanos del respeto a los mayores y el amor al prójimo y, como se hacía entonces, con un profesor particular que acudía diariamente a la casa, el que también les procuró una formación cristiana. Todo ello a fuerza de yunque y martillo, ya que, como se ha señalado, Tío Juane era fragüero, es decir, se ganaba honradamente la vida en un taller de herrería y calderería que tenía en Estancia de Barrera, en cuya fragua forjaba todo tipo de trabajos de herrajes que a mediados del siglo pasado demandaba el campo y la ciudad de Jerez, sobre todo herraduras. Fue proveedor de veterinarios y ganadero jerezanos a los que también les forjaba los hierros para marcar las reses y todo lo concerniente al trabajo del campo, como eran los aperos de labranza, herrajes para los carros, alcayatas gitanas, clavos, hincos y grapas para las alambradas.

Pero el Tío Juane sacaba de sí toda su maestría era cuando forjaba herrajes para los carpinteros, es decir, para el portaje, trabajo mucho más fino y preciso ya que se fragua con milímetros de tolerancia, cosa altamente difícil porque es totalmente manual y está hecho moldeando el hierro a base de ponerlo al rojo en la forja e inmediatamente ir dándole forma a base de golpearlo en el yunque con el martillo. Se trata de una labor para la que se requiere enorme conocimiento de los materiales, su punto de fusión, su maleabilidad, ductilidad, etc. para así, a base de golpes de martillo, poder estirarlo y llevarlo al sitio deseado, o, lo que es lo mismo, fraguarlo; hermosa palabra que define a la perfección el antiquísimo trabajo de los fragüeros. Y es que desde el tiempo inmemorial de la Edad de Hierro, el hombre modelaba dicho material con los elementos que la naturaleza le proporcionaba: fuerza, fuego, aire y agua.

Para mejor comprensión de las piezas que Tío Juane forjaba, destacamos por su complejidad las bisagras de nudos o de cucurucho (ver foto), para las que era necesario tener el enorme conocimiento y la precisión que como forjador tenía. Piezas que los carpinteros clavaban en el bastidor y la hoja y luego las rebitaban por detrás. Las bisagras a las que no referimos las podemos encontrar en las puertas y portones de antiguas casas y edificios de los siglos XVIII, XIX y mediados del XX, así como en las grandes puertas de nuestras bodegas, iglesias y palacetes del casco antiguo jerezano, donde, soportando el peso de las enormes puertas, han permanecido durante siglos abriéndose y cerrándose sin el menor desgaste, y todo debido a la perfección de su ajuste, en la que dos piezas cónicas, macho y hembra, giran una dentro de otra, repartiendo la carga por igual y manteniendo las hojas verticales sin desplome alguno. El Tío Juane también forjaba otros herrajes como eran los clavos para puertas, las bocallaves, cerrojos y pestillos. Otra pieza de gran dificultad de forjar eran las fallebas o cremonas, varillas de acero que todos hemos visto y manipulado alguna vez y que estaban colocadas a lo largo de la hoja batiente, las mismas que al ser giradas efectuaban un cierre hermético, por la presión que ejercían los garfios de los extremos contra los pernios insertados en el dintel y en el umbral.

Aunque un poco técnica, hemos querido hacer esta descripción ya que sólo a través de su comprensión pueden ser valorados los trabajos de este virtuoso artesano. Piezas que por haber sido sustituidas por herrajes más modernos ya están en desuso, pero que son muy apreciadas por coleccionistas y anticuarios de hierros antiguos.

Especialista como era en hacer herraduras para los caballos, Tío Juane llegó al virtuosismo de convertir su herrería en una especie de ortopedia equina. En más de una ocasión expertos jinetes y ganaderos se personaban en su fragua para que les calzara sus caballos a medida, ya que, lo mismo que las personas, los equinos tienen extremidades izquierdas y derechas, no siendo los cuatro cascos iguales. Un caballo de rejoneo ha de ser la perfección y no sólo por su estampa, capa del pelo y proporciones, sino también por la alineación de sus patas y el apoyo de los cascos. Se cuenta que en cierta ocasión Álvaro Domecq y Diez solicitó los servicios de Tío Juane para que le calzara un caballo de rejones que tenía un defecto en un casco, por lo que se alcanzaba y hería en el menudillo, defecto que el maestro fragüero corrigió forjándole una herradura especial, cuyo canto más grueso suplementaba la deficiencia que tenía en el casco. Como ésta, son muchas las anécdotas que se cuentan de este artesano debido al conocimiento y virtuosismo que tenía de tantos años de profesión. A tal efecto también era llamado por los carpinteros cuando una puerta no cerraba o abría con la debida precisión y, harto de colgarla, descolgarla y cepillarla, no encontraba la razón del desplome o reviro. Todo era llegar Tío Juane y, tras unos golpes de martillo, sacadas unas bisagras y metidas otras, la puerta cerraba con absoluto ajuste y sin roce alguno en ninguna de sus caras ni aristas. La situación que describimos puede ser de fácil comprensión y por tanto restársele importancia, siendo en realidad de lo más embarazosa para un carpintero que puede no saber de dónde proviene el reviro o el desplome, por lo que la llegada de Tío Juane era como agua de mayo.

Acostumbrado a cantar por tonás al son del golpear el martillo en el yunque, Tío Juane fue transmitiéndole a sus hijos la tradición cantaora y, aunque fue un cantaor de reuniones y cuarto de cabales, era gran conocedor de los palos básicos y cantes plazueleros. No fue artista de escenarios ni tablaos hasta la edad madura, en la que, ayudado por sus hijos, casi todos cantaores, montaron un espectáculo con el que hicieron las delicias del público, ya que en alarde artístico cantaban por martinetes mientras forjaban una herradura encima del escenario, en una fragua portátil construida para tal fin. El espectáculo era muy aplaudido porque impactaba, ya que se hacía en la oscuridad y el chisporroteo que se producía al atizar las ascuas encendía el escenario y con ello a la espigada figura de Tío Juane, quien con el pañuelo de lunares al cuello, su gorra y su perfil aguileño de gitano viejo, le daba gran realismo y autenticidad a la escena.

Años después lo vimos cantar alguna vez en peñas y reuniones de flamencos, de entre los que sobresalía su figura y su forma resuelta de decir los cantes, sobre todo los estilos fragüeros.

Fue en la década de los 80 cuando, empujado por su hijo Cayetano, el conocido artista Nano de Jerez, decidió actuar en público y, como hemos contado, escenificar el trabajo de la fragua. Igualmente trabajó con Tía Anica La Piriñaca, El Negro, La Sayago, Tía Juana La del Pipa e Isidro Sanlúcar, con los que recorrió todas las provincias de Andalucía. También realizó grabaciones discográficas. Debido a su saber estar, modales y características personales como gitano, fragüero y cantaor, Tío Juane fue siendo cada vez más conocido y por ello requerido, hasta el extremo que fue llamado por el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, con el que tuvo el gusto de estar y departir en más de una ocasión y al que pudo ofrecerle lo que era la razón de su vida: la fragua y el cante.

Falleció el 7 de enero de 1995 a los 75 años de edad, rodeado de sus hijos y familiares, los que constantemente lo recuerdan como un ser especial, cuyas características y virtudes personales será poco menos que imposible que puedan volverse a dar.