editorial

Crisis del régimen

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La muerte de al menos una docena de personas en el curso de las manifestaciones para protestar contra el supuesto fraude en las elecciones del doce de junio y la decisión de parte del electorado iraní de negarse a aceptar lo que percibe como una injusticia están convirtiendo la reelección de Mahmud Ahmadineyad en una crisis del régimen. Junto a ello el alineamiento de algunos ayatolás y pesos pesados de la política iraní con el sector reformista está agudizando la tensión interna que el régimen pretenden amortiguar señalando a las potencias extranjeras como responsables de la agitación popular. Solo en ese contexto puede entenderse que el presidente del parlamento, Alí Lariyani, admitiera que la mayoría social percibe el fraude y que su opinión no puede ser ignorada, además de reconocer que varios de los integrantes del “Consejo de Guardianes” no son neutrales. Esta posición de un dirigente moderado lejos de ser irrelevante traduce la impresión de que la sociedad no está dispuesta a aceptar la manipulación y exige, aún desde dentro del sistema, una explicación convincente de lo sucedido además de cuestionar la iniciativa del Guía de la Revolución, Ali Jamenei, de proceder al recuento del diez por ciento de los votos aleatoriamente escogidos. En un marco de imparcialidad democrática y transparencia, podría ser útil el recuento. En el Irán de hoy, y después de nueve días de movilizaciones y una fuerte represión, ya no.

Si, en estas circunstancias, el ayatollah Rafsanyani, ex – presidente de la República, decidiera posicionarse frente a Almadineyah y sumarse a la protesta, como se le pide, la situación se complicaría mucho y solo una fuerte represión sostenida podría frenar el descontento, al precio de un baño de sangre de consecuencias imprevisibles. La contención occidental, y sobre todo de Washington, a la hora de condenar el abuso y la coerción, interpretada sin embargo como una intromisión por el régimen de Teherán, se explican porque un gobierno iraní estable es indispensable para negociar su programa nuclear y, con más urgencia si cabe, contar con su concurso en la estabilización del vecino Afganistán.