Oscura victoria
Actualizado: GuardarLa proclamación oficial de la rotunda victoria de Mahmud Ahmadineyad en los comicios presidenciales celebrados en Irán el pasado viernes, concediéndosele el 62,6% de los votos, con una participación que llegó al 85% según la comisión electoral de dicho país, frustró ayer las expectativas depositadas por millones de iraníes y por la comunidad internacional para que el gobierno de Teherán pudiera pasar a manos moderadas y reformistas. Las denuncias de fraude expresadas por los partidarios de Mir Husein Musaví y por el propio candidato derrotado, que están dando lugar a manifestaciones de protesta y a altercados entre oponentes, resultan poco menos que imposibles de demostrar cuando el desarrollo electoral no ha podido ser supervisado por observadores imparciales. Pero ha sido sin duda el reconocimiento del resultado por parte del ayatolá Alí Jamenei lo que ha desbaratado cualquier pretensión de revisar el escrutinio, y mucho menos de repetir las elecciones como ha llegado a demandar Musaví. Las urnas han confirmado una voluntad de continuidad para la política encarnada por Ahmadineyad.
Se trata de una victoria oscurecida por las acusaciones y sospechas de fraude electoral. Sospechas y acusaciones que obligan a las instancias internacionales a adoptar medidas más eficaces de presión para que el ejercicio de la democracia representativa se abra paso en el mundo y, como en este caso, sea verificable en cuantos países recurren al sufragio universal. El mundo debe escuchar atentamente las voces de quienes han señalado la existencia de graves irregularidades en el proceso electoral vivido el viernes en Irán. Es seguro que, con el paso de los días, la presidencia de Ahmadineyad se convertirá en un hecho incontrovertible. Pero las serias sombras del viernes electoral deben pasar a formar parte del argumentario que exija cambios, desde dentro y desde fuera, a Teherán.