Pulso avivado
MADRID Actualizado: GuardarUna campaña claramente desmovilizadora logró ayer mantener la abstención en las europeas en unos niveles sonrojantes, de los que ni el PSOE ni el PP pueden sentirse ajenos. Antes al contrario: el planteamiento tan cicatero con que ambos han afrontado esta cita con las urnas, azuzando los apoyos propios con la confianza de que bastarían para satisfacer sus aspiraciones sin arriesgarse en caladeros más inciertos y propicios al error, terminó de disuadir a los indecisos, a los escépticos y a los simplemente desmotivados.
El desapego de los votantes pasó anoche a un segundo lugar en los análisis de los dos grandes partidos. Y, sin embargo, ambos deberían preguntarse cómo es posible que más de la mitad del censo renunciara a acudir a los colegios electorales cuando sus respectivas campañas se jugaron en el terreno de lo nacional y en un contexto, además, tan cercano a las inquietudes de los ciudadanos como el derivado de la crisis económica.
Aunque tan limitada participación condiciona la interpretación del escrutinio, el PP ha encontrado argumentos para dar por buena la estrategia del “cambio a plazos” al se ha entregado desde que logró el vuelco en las autonómicas gallegas. Una estrategia que mientras arroje triunfos como el de estas europeas permite a Mariano Rajoy reforzar el liderazgo interno que asumió en el convulso congreso de su partido de hace un año, a sabiendas de que podía ser un mandato interino si no le acompañaba la cosecha electoral. El hecho de que la distancia con el PSOE acabara situándose en la horquilla más amplia que auguraban las últimas encuestas confirmó las expectativas del PP y de su líder, al que la apuesta por una campaña personalista -con el arriesgado órdago, además, de su apoyo explícito a Camps- ha vuelto a funcionarle como ocurrió en Galicia.
La euforia que anoche se adueñó de Génova, ofreciendo una imagen de cierre de filas con la presencia de Esperanza Aguirre en la balconada de la sede popular junto a Rajoy y Mayor Oreja, anticipa una oposición sin respiro de los populares ante un Gobierno debilitado por su precaria mayoría y por su desgaste en las urnas. La incógnita es si Rajoy se mantendrá fiel a sí mismo u optará por escorar el tono de esa oposición tras una campaña particularmente agria. Las elecciones de ayer sí desbloquean en cierta manera la parálisis en que se ha adentrado la legislatura: aunque resulte excesivo dar por agotado su ciclo, a Zapatero y su partido ya no les bastará con limitarse a ir saliendo al paso de las dificultades que les crea la crisis y su falta de aliados estables.