Cartas

Mi encuentro con Platero

| Cádiz Actualizado: Guardar
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Mi corazón no está aquí, está en Moguer junto a Juan Ramón, he vivido con tanta intensidad la lectura de Platero y yo que a los cincuenta años de su fallecimiento parece que convivo con ellos.

Siento un golpeteo, como si el eco de la tierra estuviese llamando en mi cabeza, me despierto y mis ojos chocan con otros ojos más grandes, enormes, son los de mi amiga que patea con su mano derecha el suelo, trata de llamar mi atención, decirme algo. Rebuzna suavemente, tan pesada se pone que me incorporo.

Una suave brisa desliza su aroma penetrante a madera tierna, las sombras se balancean sobre la fresca hierba, los pinos, como si saludaran el paso de los seres vivos, bambolean sus copas alegremente.

-Bien, Cantarina ¿qué es lo que quieres? ¿No ves que hace mucho calor para jugar?

Pero ella no me oye, levanta la cabeza, me doy cuenta de que quiere indicarme algo. Hago la intención de volverme, cuando siento un resoplo a mi espalda, giro sobre mí con rapidez y... una figura mayor que Cantarina me observa a corta distancia. Despacio me pongo de pie, estoy emparedado entre dos personajes, uno sé que es Cantarina, pero el otro... Sí, digo el otro porque es un macho, y lo demuestra lo bien formado que está, pelo plateado tirando a gris por los bajos de la barriga y extremidades.

¿Pero, ¿por dónde se ha colado este jumento si todo está cercado de alambres?

Tal vez esté abierto el portillo, mas en ese instante veo claramente que no era mi persona su centro de atención, me echo a un lado, dejo exento el camino, y aquel cuadrúpedo agacha la cabeza, y después de levantar el labio superior de su hocico con todo descaro luce su dentadura -¿Se está riendo de mí este dichoso burro plateado? ¿Plateado? ¿Será la reencarnación de Platero? Mis ojos no se apartan de Cantarina.

¿Qué le ocurre a mi niña?

No es la misma, creo que el pelo de su cara oculta el sonrojo. Es la adolescencia, su cuerpo, seguro que despide en esos momentos olores inconfundible para Platero, que acerca su cabeza a la de ella, le huele los morros, sigue el recorrido hasta los ojos, luego las orejas y finalmente las crines donde hace una demostración cariñosa con pequeños mordisquitos en parte superior del cuello, ella, coqueta, gira la cabeza y le responde de la misma manera.

¡Cantarina! Voy de sorpresa en sorpresa, por fin parece que me entiende, me dirige una mirada comprensiva, se acerca, pasa sus belfos por mi cara y empieza a caminar, se detiene y vuelve la cabeza para despedirse de mí, ¿de mí? o decir a Platero: sígueme. Lo cierto es que juntos echan a andar y se alejan ocultándose entre matorrales. En esos momentos la soledad fue mi compañera, ¿qué te pasa Esteban? nada... nada, no estoy triste, tampoco alegre, sólo satisfecho porque la vida seguía su curso.