Sociedad

Fallece Carlos Castilla del Pino, pensador y rebelde

Renovador de la Psiquiatría, el intelectual de San Roque, Hijo Predilecto de la Provincia, alternó la investigación médica con su actividad ensayística

| CÁDIZ/ MADRID Actualizado: Guardar
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Psiquiatra a contracorriente, poderoso símbolo de la resistencia antifranquista, académico de la Lengua, dotado narrador y prolífico memorialista, el cáncer venció finalmente a Carlos Castilla del Pino. El psiquiatra rojo, como lo apodó la dictadura que combatió como activo militante comunista, murió en la madrugada del viernes, con 86 años, según confirmaron sus familiares. Estaba ingresado en el Hospital San Juan de Dios de la capital cordobesa, desde donde sus restos fueron trasladados al tanatorio de Las Quemadas. Allí quedó instalada su capilla ardiente por la que desfilaron un sinfín de admiradores y amigos. El presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, se refirió como «ejemplo de andaluz universal» al que fuera uno de los más capaces intelectuales de la España de siglo XX. Muy respetado en el ámbito psiquiátrico, se distinguió por su intento de humanizar el tratamiento de los enfermos mentales y por su investigaciones sobre la incomunicación y la depresión. Su extensa obra alternó la investigación médica con una profunda y dolorosa indagación memorialística en una vida plagada de trágicos episodios, como la temprana muerte de su padre, el fusilamiento de varios familiares en la guerra civil o la muerte prematura de cinco de sus siete hijos.

Renovador de la psiquiatría, miembro de la RAE en la que ocupaba el sillón Q que fuera de Camilo José Cela, Carlos Castilla del Pino nació en San Roque (Cádiz) el 15 de octubre de 1922, único hijo varón de un matrimonio con cuatro hijos. La guerra civil se cebó con su familia, en la que se sucedieron fusilamientos y asesinados a manos de los sublevados contra la República. Su admiración por Ramón y Cajal orientó su temprana vocación científica y un interés por la medicina y la psiquiatría que le condujo a Madrid, donde se licenció y comenzó a trabajar al lado del doctor López-Ibor.

Trabajó luego en el Instituto Ramón y Cajal, desde 1949 investigó en profundidad sobre la esquizofrenia y dirigió el Dispensario de Psiquiatría de Córdoba. En esta ciudad ganó en los 80 la cátedra extraordinaria de Psiquiatría y Dinámica Social, un reconocimiento académico que se le había negado con saña desde los

años sesenta. Se convirtió en el máximo responsable de los servicios psiquiátricos y de higiene mental de la ciudad andaluza que dirigió hasta su jubilación en 1987. Abrió entonces su consulta privada en Córdoba y fijo su residencia en Castro del Rio, a cuarenta kilómetros de la capital, junto a su esposa, varios perros y un gato. Crearía también la Fundación Aula Castilla de Pino en la que continuó su labor investigadora.

Humanizador

Había iniciado en los cincuenta del siglo pasado una década de intensa investigación neuropatológica en la que alumbró más de una treintena de trabajos. Adalid de un movimiento clínico e intelectual que abogó por humanizar el tratamiento del enfermo mental y por la introducción de nuevas técnicas farmacológicas para aliviar el sufrimiento, en 1965 publicó uno de sus trabajos más célebres, Un estudio sobre la depresión. Le siguió Fundamentos de antropología dialéctica en el que sostenía que la mayoría de las patologías psiquiátricas tienen un origen biográfico y que para su curación resulta crucial tener en cuenta el contexto social y económico del paciente. Saltó del ámbito médico y se dio a conocer al gran público con La incomunicación publicado en 1969, ensayo que conocería más de13 ediciones.

Él mismo calculaba que atendió a más de 100.000 pacientes «de los que aprendí a aceptar la realidad». Firmó más de una veintena de ensayos y casi 200 investigaciones y monografías relacionadas con su especialidad, además de dos novelas y unas extensas memorias que reunió en dos volúmenes. Siempre creyó que «podría haber hecho más y mejor».

Entre sus ensayos cabe destacar Teoría de los sentimientos y El delirio, un error necesario (premio Jovellanos en 1996), La alienación de la mujer y Sexualidad, represión y lenguaje. Como narrador firmó las novelas Discurso de Onofre y sus memorias quedan recogidas en dos extenso volúmenes. Repasa su infancia y juventud en Pretérito imperfecto (1922-1949), aparecido en 1997 y merecedor del premiso Comillas, y su madurez en Casa del Olivo (1949-2003') publicado en 2004.