Cartas

Desastre

| Algeciras Actualizado: Guardar
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A nadie se le escapa que el actual sistema educativo es un desastre. No es que lo diga yo, lo dice el informe Pisa y otros tantos informes internacionales que sitúan a España en la cola de Europa. Lo dicen los profesores, los padres, las estadísticas y las actuales generaciones de estudiantes que, al llegar a los trabajos no son capaces de desarrollar su profesión por falta de conocimientos. Hay déficit de universitarios y de alumnos de bachillerato. Y los que finalizan etapa no son capaces de acabar con éxito una partida de Trivial, fallan más en cultura general que una escopeta de ferias.

La enseñanza obligatoria hasta los 16 años que, en principio parecía un logro social, es una farsa. Hay muchos niños que con 12 años se plantan, no quieren estudiar más, y lo que les queda por delante son cuatro años encerrados en un instituto, secuestrados en un aula «por ley». No estudian, por tanto, se aburren, y para paliar el aburrimiento se dedican a reventar clases. La consecuencia inmediata es que el profesor de turno debe gastar la mayoría de los minutos en mandar callar e intentar mantener la disciplina, cosa que consigue a duras penas porque ¿de qué herramientas dispone? Pues de ninguna, salvo su palabra. A un niño de los de hoy ya no le asusta un parte de disciplina o que le lleven a Jefatura de Estudios. Y, en la mayoría de los casos, cuando se llama a los padres, éstos creen más en la palabra de su hijo que en la de los educadores. La figura del profesor ha sufrido un desprestigio sin precedentes. En los hogares se están creando niños vagos y consentidos que acaban teniendo egos como catedrales. Y da igual que gobierne el PP que el PSOE, o los nacionalistas en determinadas comunidades autónomas, parece que los políticos están ciegos y sordos. Y mientras que las reformas las sigan haciendo pedagogos y gente que no ha pisado un aula en su vida esto no tendrá arreglo. Señores políticos, por favor, actúen. Consulten a los que saben de esto, es decir, a los que llevan toda su vida en las aulas. Porque un país no puede permitirse el lujo de que sus jóvenes sean unos brutos integrales. Lo pagaremos caro. De hecho, ya lo estamos pagando.