EL AVATAR

Primer domingo de mayo

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Tumbada en la cama tararea una canción. Es una melodía infantil que se le ha quedado grabada en la mente para siempre. Recuerda cada gesto de sus hijos cuando aún no podían valerse por ellos mismos y se emociona. Rompe a llorar porque entonces deseó poder parar el tiempo y ahora anhela volver atrás. Pero ya es tarde además de imposible. Ella no merecía ese final. La angustia y el desprecio le consumieron lentamente. Le robaron sus ilusiones, le arrebataron sus sueños.

El abandono acabó con ella. Tan adverso resultó ser su destino que no pudo superarlo. Tan amarga era ahora su existencia que sólo quería que acabara cuanto antes. Siempre había estado rodeada de personas y sin embargo cuando más lo necesitaba se había quedado sola. Entonces ya no le hacía falta a nadie. Hija, madre y abuela. Había superado cada etapa con la máxima entrega, quizás demasiada. Había cuidado de los suyos porque no le salía hacer lo contrario. Ahora nadie cuidaba de ella porque en su injusto final era una pesada carga para su familia. Porque en esta alocada vida a nadie le quedaba tiempo para ella. No imaginó que pudiera pasarle eso. No creyó nunca que sería una madre abandonada.

En su cama se refugiaba en los recuerdos. Los llantos de madrugada, las primeras palabras, los primeros pasos de los que ahora le daban la espalda... Y sólo pensando en eso podía ser amargamente feliz. Aunque fuera por un instante. Era un domingo, el primero del mes de mayo. Y se quedó dormida para siempre, soñando.