El primer atasco del segundo puente
La obra de esta infraestructura y su conexión con la ciudad no va a retrasarse como las demás pero tampoco va a estar a tiempo
Actualizado: GuardarDe todos los proyectos que trae aparejado el Doce, tanto si tienen relación directa con el Bicentenario como si han sido sumados al cajón desastre de la «excusa histórica», hay sólo uno que no está sometido a la omnipresente amenaza del retraso. Se trata de la conexión del segundo puente con la ciudad, de esa misteriosa forma en la que los cuatro carriles sobre el mar llegarán a la orillita de El Corte Inglés con oleadas de coches que, hasta el momento, no tienen rumbo definido para entrar en el término municipal gaditano.
Esa obra fundamental -la unión del puente y Cádiz- no va a retrasarse como las demás. Nada de eso. Pero tampoco va a estar a tiempo. Esa, sencillamente, aún no está ni pensada. Y si ha sido planteada ya en los encuentros que se han sucedido con discreción en los últimos tres meses, no se ha explicado, no tiene fecha de inicio, ni plazos, ni resuelve los problemas técnicos que encierra, ni contesta a las incógnitas que la rodean, ni mucho menos cuenta con respaldo de todas las instituciones (políticas o ciudadanas). Es un misterio, un nudo gordiano en el que pueden quedar atrapadas todas las esperanzas de que esta segunda gran arteria de conexión entre ciudad y Bahía suponga el alivio para los desplazamientos diarios que los ciudadanos esperan.
Dice la publicidad institucional -esa que puede acabar en los tribunales- que ya se ha ejecutado «el 25% del segundo puente», aunque cuando estas palabras vean la luz, igual ya es el 28%. Pero al margen de vallas y estériles bronquitas, cuando ya se ha recorrido más de un cuarto del plan de trabajo, todavía no está acordada ni explicada la forma en la que esa vía se unirá a la ciudad de Cádiz.
Fomento y Ayuntamiento mantienen posturas radicalmente opuestas y, por más que unos y otros hayan anunciado preferencias o supuestas imposiciones, a fecha de hoy nadie tiene claro cómo se resolverá la entrada de ese enorme flujo de automóviles a la ciudad. Ni siquiera se ha definido qué ruta tomará el tren o tranvía que transitará sobre ese nuevo gigante de la Bahía de forma paralela a coches y camiones. La indefinición es tal que los anuncios y los proyectos se solapan unos sobre otros. El Ayuntamiento de Cádiz aún no ha culminado el parque y el paseo marítimo, con piscina, de los terrenos ociosos de Astilleros cuando algunas voces institucionales afirman que la única solución es que ese pequeño ferrocarril los atraviese. Aún no se han inaugurado esos jardines y vestuarios y ya los estamos atravesando con raíles o medianas.
De forma paralela, se negocia con los dirigentes de Navantia para estudiar que esas vías pudieran transcurrir, elevadas, sobre la factoría, y que algunos carriles de vehículos pesados también pasaran por el recinto industrial. Por si parece poco lío, nadie ha sido capaz todavía de aclarar si los que conduzcan por el nuevo puente desembocarán en una rotonda (con semáforos y ceda el paso) que garantiza que un atasco les detendrá sobre el mar antes de llegar a la ciudad.
Tampoco ha aclarado ningún representante público si será posible hacer un paso subterráneo -de costes, plazos y exigencias tecnológicas muy considerables- para que ese tráfico que llega se incorpore con algo más de fluidez a las avenidas que le darán la bienvenida (de Las Cortes, de Huelva y de la Bahía).
En este caso de la conexión, la excusa no es la recesión que complica presupuestos y financiaciones, ni las dificultades técnicas del faraónico empeño, ni tampoco los rechazos vecinales al tráfico pesado por sus calles.
En este fundamental apartado del punto de unión del puente con la ciudad es que ni siquiera tenemos un plan, hemos sido incapaces de acordarlo. Ha comenzado la obra del edificio y no sabemos si tendrá portal.
Si ya hay una propuesta firme, nadie ha cedido lo suficiente como para involucrar al partido opositor en un empeño imprescindible. Si se ha impuesto a una teoría, nadie ha convencido a otras instituciones de las ventajas de su propuesta. Si en algún despacho ya saben lo que van a hacer, no se han molestado en contarlo con firmeza y claridad a los miles de usuarios que tendrá su iniciativa.
Si la descompensación temporal entre el proyecto del segundo puente y su conexión con la ciudad sigue como va, nadie puede descartar que los primeros conductores que lo crucen tras su inauguración se topen, al entrar en Cádiz, con un cartel que les pida disculpas por tres años más de obras, o con un monumental atasco fruto de la incapacidad de unas avenidas normales para absorber el tráfico derivado de una autovía sobre el mar.
Después de vivir la semana de celebración de la cuenta atrás para el Doce, ya nadie sabe qué estará a tiempo, ni cómo vivirá la ciudad todo eso que nos vendieron como la gran excusa para poner nuestro reloj en hora, para cobrar nuestra particular deuda histórica. Pero en este caso concreto de la unión del segundo puente y la ciudad, los vecinos de las dos orillas ni siquiera se plantean ya cuándo estará listo. Se conformarían, inicialmente, con saber qué se pretende hacer. Tampoco parece que sea mucho pedir.