LOS LUGARES MARCADOS

Tú me quisiste cuando niño

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Tú me quisiste cuando niño/y eso quiere decir para siempre». Con esta frase luminosa termina el poema A una amiga de la infancia, del colombiano Raúl Gómez Jattin. (Y, aprovechando que el Duero pasa por Valladolid, a aquellos a quienes, como me sucedió a mí, les haya deslumbrado la elocuente sencillez, la rotundidad natural de estos versos, le recomiendo encarecidamente la obra de este poeta. No hay que perder nunca la ocasión de hacer cruzada por la buena poesía).

Todo lo que sucede en la infancia (el primer amor, el deslumbramiento, el aprendizaje, la revelación, los amigos, el mar) es para siempre. Los lugares donde crecimos, los olores que llenaban la casa familiar, las canciones con las que nos acunaron o con las que acompañamos nuestros juegos, las flores o los colores que adornaron nuestros cuartos infantiles, los libros que estimularon nuestros primeros sueños esas son las cosas que nos acompañan para toda la vida, las que no cambian a pesar del tiempo, ese orín que corroe y lesiona cuanto toca. Al contrario, cuanto más se alejan, más crecen y se afianzan estas primeras experiencias, ganando en belleza y en claridad. Lo que sucedió en la infancia sigue sucediéndonos, por dentro, a cada paso. Y en la vejez, como un río que volviese a por sus fueros después de haber estado embalsado, la memoria de la infancia crece y se enseñorea, como en un nuevo presente. Por eso, porque serán esas experiencias las que pervivan, las que regresen al cabo de los años, es tan importante lo que estemos proporcionando a nuestros niños. Que guarden para el futuro los gestos del amor, de la justicia, de la bondad. Que las provisiones que lleven en sus alforjas no sean las imágenes del dolor, sino las de la armonía: en casa, en la calle, en el colegio. Porque las llevarán para siempre.