CALLE PORVERA

Parados, pero preparados

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Muchos de nuestros padres no pudieron estudiar -simplemente no tuvieron la oportunidad- y, cuando nacieron sus descendientes, se comprometieron en lo más profundo de su ser a hacer todo lo posible por tener a un universitario en casa, para ver realizados en sus hijos los deseos que no pudieron cumplir. Hay muchos que han evitado el temporal y ya estaban a resguardo antes del diluvio pero hay muchos otros que, tras estudiar cuatro o cinco años, hacer un curso de posgrado y estudiar inglés e informática, se plantean para qué han empleado todos esos años entre los libros. Y les están cayendo granizos como garbanzos.

Me entristece cada día más conocer casos de universitarios sentados en el sofá de casa, tomando el café con los padres jubilados en la mesa camilla y los toros en la televisión. Se levantan cada día y lo primero que ven es el título enmarcado y la foto sonriente de la orla. Lo peor es que hay quien está perdiendo la ilusión, quien está maldiciendo el día en que eligieron esa carrera, quien percibe que se queda detrás de los demás y hunde más los pies en el barro. A lo mejor, les llega un trabajillo para descargar mercancía durante unas horas, otro rato para dar unas clases particulares a niños o un inventario en un comercio. Lo justo para tomar una cervecilla con los amigos y volver al sofá.

Una vez más, tengo que acudir a la sabiduría de la experiencia y repetir, como me dicen en casa un día sí y otro también: «Parado, pero preparado». A pesar de llevar el barro ya por la rodilla, no hay que dejar de estirar los brazos y agarrarse a la rama, delgada o fuerte de la esperanza, que pueda sacarnos, aunque sea un poco, a flote.