LA TRINCHERA

El jugador de ajedrez

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El jugador de ajedrez debe distinguir el momento en que ya no puede mejorar». Lo decía ayer Joaquín Pérez Azaústre, en la presentación de la novela ganadora del X Premio Unicaja de Novela. Citaba, aunque fuera de un modo lateral, el viejo principio psicológico de la Gestalt: «Saber donde empiezan tus limitaciones es saber dónde comienza tu felicidad». O, en palabras de un personaje de David Trueba: «Lo peor que le puede pasar a un futbolista es salir al campo pensando que es un poco mejor de lo que realmente es». Todos los complejos parten de una infravaloración, pero casi todos los grandes batacazos vitales parten de una sobrevaloración. El escritor Philip Morsset cuenta que, cuando puso en marcha su propia editorial, él mismo leía todos los originales que le llegaban. «Algunos textos eran tan malos, tan cerrados, tan simples o tan presuntuosos que resultaba difícil no compadecerse de sus autores. Pero la mayoría de ellos ni siquiera intuían lo verdaderamente incapacitados que estaban para contar una historia, y seguirían insistiendo, rechazo tras rechazo, hasta la aceptación, la verguenza o el suicidio», relata.

El suplicio, en todo caso, suele ser compartido. No hay nada más insoportable que un tipo con la autoperspectiva distorsionada que pretende darte, por ejemplo, lecciones morales o emocionales. Sin embargo, la propia Gestalt ofrece un mantra (de Fritz Perls) muy en la línea de la casa: «Miraré tus actos / pero no escucharé tus palabras. Te juzgaré severamente /antes de dejar que me juzgues. Nunca aceptaré como cierta / una frase que empieces con un sinceramente. En la vida, como en las matemáticas / sólo valen las verdades demostradas. Amén.