TRÍO. Toledo, Dani Méndez y David Palomar. / CRISTÓBAL
Sociedad

Rosario desvela ocho misterios

La bailaora gaditana fusionó el clásico y el flamenco de forma ejemplar

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La Sala Compañía prosigue con sus trasnoches dedicados al baile. En la edición de este año, todos y cada uno de los espectáculos han conseguido llenar el templo. Del primer paso sentencia que no es necesario cargar con adornos banales un espectáculo cuando este tiene una carga y un condimento tan potente que no adolece de materias innecesarias. Una sola persona llena la caja escénica. Desaparecen el espacio, se concentra en el cuerpo de Rosario Toledo. La danza clásica se apodera de ella. Debussy la acompaña. Un manantial de recursos nos llevan a pensar que estamos ante una caja de música que cuando abrimos, allí está ella, danza con bries mientras la melodía absorbe. Si aquello fue un paso a dos, que venga Dios y lo vea. David Palomar, cual figurín flamenco apostilló su entrada, aunque enseguida los guiños del gaditano cambiaron su tercio y lo colocó con gracia en su lugar. La provocó y la sacó del clásico, ahondando, ahora sí en la escuela flamenca. Con la penumbra del candil, el apoyo del fandango y la melodía del vito afloraron las intimidades expresivas de Rosario. El ritual de los palillos y el lenguaje corporal mostraron las respuestas lógicas al desenlace que se forjó en su baile. El cante por fandangos, con letras propias en la voz de Palomar y la guitarra vanguardista de Dani Méndez dieron paso al drama de la seguiriya. Rosario se desata en libertad contenida, clara, axiomática. La madre del cante se convirtió en la madre del baile. Rectitud de líneas, braceos esculturales.

No se puede hablar mejor con un cuerpo. Malagueña. Alegrías con implacable bata blanca, radiante, símbolo del cante y baile de la tierra. Salitre en sus movimientos, olas que pegan en su cuerpo y se aprovechan de él, y nosotros también. Una propuesta: hacer fácil lo difícil. Exteriorizar lo intrínseco. Y Rosario, más que nunca, lo consiguió.