El efecto 2011
Actualizado: GuardarÉrase una ciudad toda vallada. Una ciudad que exponía continuamente sus interioridades mientras anunciaba mediante carteles el estado de sus obras, incluyendo el de aquellas que no se habían iniciado. Diseminadas profusamente por la urbe, las vallas informaban del porcentaje de desarrollo de unos proyectos que en su mayoría no habían comenzado. Como la barra de progreso de carga de una aplicación informática, a medida que estos evolucionaban, las anuncios de papel irían modificando el porcentaje de avance y añadiendo nuevas recreaciones fotorrealistas de aquello que aún no existía.
Su ayuntamiento actuaba como un sistema operativo que se encargaba de monitorizar todas las aplicaciones que corrían bajo su entorno. Se atribuía así el éxito del funcionamiento de cada programa, de cada herramienta, y esto también se reflejaba en esas vallas que ejercían de gigantescos monitores digitales TFT.
El sistema operativo funcionaba cada vez con mayor autonomía. Su competencia hacía tiempo que había bajado los brazos y simplemente buscaba la manera de ocasionar cortes de corriente o insertar algún virus en el sistema.
En consecuencia, la comunidad de usuarios de esa ciudad-ordenador comenzaba a desesperarse. Trabajar así era imposible. Al final un simple ábaco resultaba de más utilidad que esta computadora provista de un sistema operativo que empleaba su desbocada autonomía en perpetuarse, unas aplicaciones bloqueadas por incompatibilidades sistemáticas y unos omnipresentes monitores que no aportaban más información que esas malditas redundancias cíclicas.
Finalmente el desencantado usuario optó por la huida hacia adelante y aprovechó el único recurso que tenía. Coincidiendo con el efecto 2011 que los informáticos ya auguraban, formateó el disco duro y mandó a hacer puñetas el sistema operativo, los virus y las aplicaciones bloqueadas para marcharse a vivir a otra ciudad.