Caldo de cultivo
Durante todos estos días se sigue buscando el cuerpo de Marta del Castillo mientras se intenta averiguar las causas por las que un joven, apenas un adolescente, terminó con su vida. Hasta no hace demasiados años, cuando los noticiarios nos daban cuenta de asesinatos y homicidios cometidos por jóvenes, solíamos pensar que esas cosas, o bien no pasaban en nuestro país o bien se trataba de acciones de personalidades psicopáticas, cuyos engranajes mentales les imposibilitaban para sentir cualquier atisbo de humanidad hacia cualquiera que no fuesen ellos mismos.
Actualizado: GuardarPues bien, estas acciones homicidas sí que ocurren cada vez con mayor frecuencia en nuestro entorno, y rara vez se trata de acciones perpetradas por jóvenes psicópatas. ¿Eran psicópatas los que, en pandilla, mataron de forma brutal y atroz a Sandra Palo para ocultar que la habían violado? Quizás más que de desordenes psicopatológicos deberíamos preguntarnos si no existe un caldo de cultivo que, cada vez más y mejor alimentado, favorece el que determinados jóvenes lleguen hasta el homicidio y el asesinato.
A principios de los años 90, la tasa de delitos violentos cometidos por menores era de 7,8 infracciones penales por cada 10.000 jóvenes. En el año 2005, esa tasa se había duplicado. La violencia escolar está a la orden del día. En un estudio realizado en el 2006 por el sindicato CSI-CSIF, uno de cada siete profesores de ESO, el 15% del total, aseguraba haber sido agredido físicamente alguna vez, y un 73% haberlo sido verbalmente. Recientemente un estudio del Grupo Universitario de Investigación Social de la UCA, señalaba que el 60% de los adolescentes de la ESO, entre los 12 y 16 años, había sido testigo de actos de violencia, y que un 13,8% reconocía haber participado en los mismos. A la violencia en las aulas se suma el llamado ciberbullying, el acoso on line, colgándose en la red grabaciones de ataques realizadas con el teléfono móvil, y produciéndose una cascada de insultos a las víctimas por parte de otros internautas adolescentes que, según denuncia la Asociación Protégeles, ni siquiera en muchos casos conocían al acosado. A ello se suma los informes de la OCDE, certificando que el mayor consumo de drogas se produce entre los adolescentes españoles, que además tienen el índice de fracaso escolar más elevado de toda Europa.
Pero lo más llamativo es la percepción que los adolescentes tienen de la violencia. El 49,9% de los alumnos consideran que no es violencia pegar a un compañero o a un profesor. A partir de ahí ¿cuál es el límite? Cuando los jóvenes viven en la normalidad del insulto y del todo vale, en la ignorancia del respeto a la dignidad de los demás, en la supremacía del «yo quiero», el caldo de cultivo se pone en plena ebullición. Decía el Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia, José Sanmartín, que mientras los docentes de secundaria antes eran demasiado autoritarios, ahora casi no tienen capacidad para tomar decisiones disciplinarias y que educar con mucho afecto sin poner límites a los niños no crea demócratas, sino dictadores. Las consecuencias ya las estamos viendo.