LUCES Y SOMBRAS

El disfraz

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Aunque sobre gustos no hay nada escrito, eso dice el refrán, para mí, dos de los mejores carteles de nuestro carnaval -que son muchos y buenos- se deben a otros dos artistas andaluces de reconocido prestigio. El primero, de 1986, es del pintor malagueño Eugenio Chicano. Se inspira en un grabado de Goya, como en su día lo hizo Dalí en algunas de sus obras. Al fondo del cartel se pueden apreciar los papelillos que caen sobre la catedral y en un primer plano una dama vestida con un traje de finales del XVIII que cubre la mitad de su rostro con un antifaz negro.

Alguien que entonces se las quiso dar de listo manifestó en la prensa local que Chicano había plagiado al ilustre pintor aragonés. La metedura de pata fue de las que hacen historia.

El segundo, fechado en 1987, es de nuestro paisano Hernán Cortés, magnífico pintor y afamado retratista. Su capacidad para captar y condensar en un retrato determinado elementos definitorios del carnaval gaditano es admirable. Como algunos recordarán, el cartel reproduce la expresión entre irónica y satírica de un hombre sonriente, ya maduro, que muchos creen reconocer. La parte superior de la cara está pintada de blanco; desde la boca hasta la barbilla, de rojo. Sobre la nariz se coloca otra de mayores dimensiones hecha con cartón piedra. Las gafas son de pacotilla.

Ambos carteles cumplen sus objetivos. No pasan desapercibidos y provocan una sana polémica. Precisamente eso es lo que se pretende con un buen cartel. La dama de Chicano y el caballero de Cortés tienen algo en común. Una se esconde tras el antifaz y el otro se enmascara con pintura y cartón piedra. Los dos se conforman con un disfraz de urgencia, lo mismo que muchos de nosotros en la noche loca del sábado. Con tan escasos elementos conseguimos desprendernos de la careta que nos ponemos todos los días y la sustituimos por un disfraz que nos permite descubrir o recuperar otros rasgos de nuestra personalidad que a lo largo del año permanecen ocultos o aletargados. Digo yo, aunque a lo mejor estoy equivocado. A veces, hasta nos sorprenden nuestras propias reacciones cuando nos escondemos bajo el disfraz. En cualquier caso, es una experiencia interesante, diría que hasta recomendable, mejor que cualquier tratamiento psiquiátrico para olvidar los problemas y penalidades que nos embargan en estos tiempos de crisis. Merece la pena intentarlo, al menos por una vez en la vida.