CRÍTICA DE TV

Capa y catana

Hay dos formas de ver Águila Roja, la nueva serie de TVE ambientada en el siglo XVII y perpetrada por Globomedia. Una, en serio y con las gafas de pasta. Otra, despojándose de cualquier prejuicio (y postjuicio), tomándose esta aventura de capa y espada (de catana) como placer culpable. Si optamos por la primera opción ya podemos llevarnos las manos a la cabeza y dejarlas ahí los 80 minutos del primer capítulo, incluso aunque no seamos uno de esos expertos quisquillosos que se quejaban hace años de que una capa fluvial aparecida en Teresa de Jesús no era de la época. A ver, imputaciones. Los decorados que, aun siendo de verdad, parecen de cartón piedra (lo que todavía es peor), lo limpio que está todo (hasta la socorrida paja desperdigada aquí y allí), los peinados, los caperucitas de la sociedad secreta (y esa mesa que habría gustado a Harrison Ford en A propósito de Henry cuando era tonto), el absurdo toque asiático del viudo metido a superhéroe (tiene catana y va vestido como un ninja), las expresiones (estás despedido, suelta la marquesa al tutor de su hijo). Y eso sin contar que no se termina de explicar cómo ese maestro se ha convertido en superhéroe, su relación con la marquesa o la que tiene con su cuñada. Es verdad que no se ha pretendido una reconstrucción histórica, que la época es sólo una percha en la que colocar espadachines, logias secretas, conspiraciones contra el rey, religiosos de alto standing y hasta al pintor Murillo de niño. Pero, en fin, hay que tener cuajo para hacer algo así.

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Aunque si vamos a la segunda forma de mirar Águila Roja, la desprejuiciada, podemos recordar que Los Tudor tiene la verosimilitud histórica donde la madre de Güiza la politesse. Por no hablar de los clásicos de Hollywood. O de Hércules y la estupenda Xena. Águila Roja chupa de todos estos (y un poco de Matrix y de Los Serrano). Si se toma con humor, de la misma forma que se toma una El internado y sus tramas descabelladas, la serie puede colar (y coló en la audiencia). Así, disfrutaremos de las mesoneras, que parecen extras de Benny Hill, de las tetas en el cuello de las señoras, de los niños (que son lo mejor) y de Francis Lorenzo. Qué fácil es odiar a Francis Lorenzo. Siendo el malo malísimo nos quitan trabajo.