Telefonillo inmóvil
Esto cada día da más jindoi. El ministro de Economía de Alemania se va y los alemanes para lo de la cartera son muy serios y tienen la cara siempre como la estatua de Moret, que no se ríe ni con un cuplé de Quique Remolino.
Actualizado: GuardarEn estos tiempos de crisis, que afectan hasta al jamón que ya no se corta, sino que se recorta, es necesario buscar, como dicen los economistas finos, nuevos nichos de mercado, aunque la verdad, lo de la palabra nicho en estos tiempos de vacas más que flacas tiesas, suena fatal.
No cabe duda de que la crisis afecta también a los organismos públicos y en especial a nuestro Ayuntamiento de Cadisí, enfrascado en grandes proyectos para la humanidad como las sillas del Carranza a 3.000 euros la unidad. Por eso he pensado en proponer al municipio una nueva fuente de ingresos, y es que se cobren las llamadas de los porteros automáticos.
Yo no sé si ustedes se habrán dado cuenta, pero en Cádiz el portero automático se utiliza una barbaridad. Yo creo que la gente habla más por el telefonillo de la casapuerta que por el teléfono móvil, y es que en Cádiz gusta mucho un tornado y comunicarse. El portero automático es casi un servicio público y ha evitado un mal que estaba muy implantado en la ciudad y que era el gritismo. Pongamos un poné. Tres de la tarde en una calle del casco antiguo de Cádiz. Miguel F.C. ha preparado unos escalopes de cerdo con guarnición, vulgo, un bisté con papa. Uno de los problemas del bisté con papa es que se enfría con mucha rapidez, sobre todo el bisté, no tanto las papas. Un biste frío es de duro como una tarjeta de crédito pero sin fondos. Miguel F.C., cuando aún no se había inventado el portero automático, comprobaba que su Miguelito, que había acudido junto a otros niños del barrio a jugar a las bolas, no estaba en el hogar paterno. Si no estaba se veía obligado a salir al balcón y lanzar al niño bolista un silbido. El niño miraba al padre, como diciendo, ¿qué pasa? y el padre cogía aire y gritaba: «Sube carajo, que se te van a enfriar las papas».
Pero ahora, gracias a este avance de la humanidad que es el portero automático, todo es distinto. Ahora, en caso de ausencia del niño bolista, su padre, que sabe que el niño está jugando en la casapuerta, no se ve obligado a salir al balcón, sino que descuelga el telefonillo, lo toma suavemente con su mano derecha y grita, como mirando además el teléfono: «Sube carajo, que se te van a enfriar las papas».
El telefonillo es un servicio público y como tal habría que pagarlo. Se le podría cobrar un canon a Correos, porque hay que ver la que dan los carteros que van tocando todos los telefonillos, porque todo el mundo pasa de los pobres míos y no les abre ni el del séptimo derecha, porque ya se sabe la hora. El telefonillo también sirve para avisar cuando las toallas están secas en las azoteas o permite hacer encargos urgentes: «Charito, verme (del verbo vermir) por pan rallao, que no tengo pa liá croqueta».
Por el telefonillo también se han vivido grandes historias de amor. Ella y él que se dan el último besito en la casapuerta. Ella que sube por la escalera, se aleja en la oscuridad porque la luz del pasillo no funciona (es un clásico de los pisos bajos de Cádiz). Él que se espera paciente y, cuando ella abre coqueta (no croqueta) la puerta del ascensor, le pide suavemente: «Cariño, llámame cuando llegues arriba para irme tranquilo», como si la mushasha en vez de subir al octavo D, fuera a coger el Talgo para Barcelona... Qué pesaito se ponen los novios.
Pero con esa excusa ella, un minuto y 32 segundos después, aparece de nuevo por el telefonillo. «Amorcito que ya he llegado». «¿Ha ido todo bien?», pregunta él. «Joé Antonio, ni que me hubiera examinado del práctico para coge el coche». Pero bueno: una gracia de Antonio, una risita de ella, una fracesita de canichito mío, otra de dalmatita mía, y media hora él hablándole a la pared, que no hay situación más ridícula en la vida de un enamorado.
He presenciado hasta grandes broncas por el portero automático, y un montón de vecinos y vecinas con el suyo descolgado para no perder detalle, como si fuera La Noria de Telecinco. Solo falta que al final se reconcilien y se oigan los aplausos de los vecinos que se mantenían a la escucha.
Mi vecina Carmeluchi la del cuarto (dedicatoria a Paco Leal) me ha dicho que el otro día fue a la tienda de Telefónica a preguntar por la tarifa «tol día hablando» y quiso saber cuánto le costaría que le cambiaran el portero automático de Vodafone a Movistar, y si tiene algún descuento por hablar con el del butano.