EL MAESTRO LIENDRE

Saldremos, por desgracia

Ante este tornado de paro aparecen el miedo y la impotencia pero lo peor es comprobar en qué nos convertimos cuando nos asustamos

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Al ministro se le acaba la paciencia con los bancos. A 53.000 gaditanos se les acaban las últimas ayudas por el desempleo. Estamos todos acabados. Miguel Sebastián y todos estos paisanos comparten estado de ánimo. Y no pueden hacer nada. Para modificar la situación, tienen la misma capacidad de influencia que Poli Díaz en el Tribunal Supremo. Todos acojonados. Algunos fingiendo ira, pero sin saber qué hacer. Incluso esos a los que elegimos y pagamos por pensar más y mejor que nosotros son incapaces de pasar de la palabra de ánimo y la promesa incierta. Los mismos recursos que todos usamos en los funerales, por pura impotencia, por combatir el silencio, a sabiendas de que nadie puede hacer una mierda por cambiar nada.

Por las calles de Cádiz sólo hay pensionistas, parados y asustados. Niños se ven muy pocos. Menos que habrá. Así no hay quién se anime para afrontar el indispensable proceso previo.

Cuando el sistema funcionaba, hasta hace unos dos años, aquí sufríamos un paro superior al 13%. Es lo mejor que nos ha pasado, cuando estábamos creciditos del todo. Esa cifra, incluso hoy, en pleno mogollón de la recesión, provocaría una guerra civil en Estados Unidos, en Alemania, Navarra, Euskadi, Cataluña, Baleares o Francia. Allí saltan todas las alarmas imaginables cuando se toca el 8%. Aquí haríamos la mayor fiesta conocida si alguna vez disfrutáramos de esa cifra. El paro más bajo que hemos vivido aquí sería una pesadilla para casi todos los que viven más al norte.

El nivel de desempleo más alto que somos capaces de soportar en Cádiz aún no lo hemos descubierto. Estamos trabajando en ello. Explorando, a ver hasta dónde somos capaces de llegar aguantando la respiración.

Ya he oído a varios empleados de banca (que son personas, no como sus altísimos jefes) decir que necesitan ayuda psicológica, que se les saltan las lágrimas varias veces al día, que no soportan ver a tanta gente en las últimas, sin poder pagar, sin poder salir del agujero en el que le metieron los que les aseguraron que «los mil euros jamás te faltarán cada mes».

EFECTOS PRIMARIOS

Lo peor no es el pánico ni la impotencia, ni la incertidumbre. Lo peor es intuir en lo que nos va a convertir todo esto. Los informativos del pasado martes eran una película de terror. Estamos acostumbrados a que incluyan imágenes horrendas, pero están fabricadas lejos. Cuando la desgracia está grabada en el piso de abajo, en el edificio de la esquina, el vello tarda mucho más tiempo en volver a tumbarse. Esta vez, todo le sucede a gente normal (¿qué será eso?) y no a negritos, palestinos ni balcánicos.

Lo más inquietante es adivinar en qué nos convierte esta situación de histeria colectiva. El mismo informativo del martes, el día más triste en mucho tiempo, daba el peor incremento de paro registrado nunca en España. Pero las siguientes noticias retrataban bien a las bestias en las que nos convertimos cuando nos dan malas cartas: un ministro italiano propone que no se atienda a los inmigrantes en los hospitales; un grupo de trabajadores británicos inicia una huelga salvaje para reclamar que las fábricas sólo contraten a compatriotas; una ONG dice que una mujer subsahariana es violada una media de ocho veces cuando intenta llegar desde el África negra hasta la pálida Europa; presidentes y ministros de todo el mundo lanzan mensajes del tipo «compre sólo productos nacionales». Ahí está. Nos rascamos un poquito y sale todo eso.

Todos tratan de conservar su porción de pan duro (o de caviar, según los casos) a sangre y fuego. Vienen meses interesantes. Y no sólo en los informativos, también en el trabajo (el que aún lo tenga), en el pueblo de cada uno van a suceder cosas que sólo es capaz de provocar el pavor. Cada cual aferrado a lo que tiene y a sospechar del que está al lado.

Cada uno a buscar culpables: es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, es que tenemos demasiados pensionistas, es que los moros y los negros, es que compramos un piso muy caro, es que somos unos flojos, es que no hemos aprendido a producir nada, es que perdemos el tiempo cantando pasodobles, es que el absentismo, es que no sabemos competir, es que, es que...

Todos esos reproches autocríticos pueden incluir algo de verdad, pero molesta lo mucho que convienen a los que siguen bien, a los que han liado todo esto. A los que se aprovecharon de lo de antes. A los que se aprovechan de lo de ahora.

Ha llegado el momento de recordar a otros gaditanos. Yo conozco a muchos que ahorraban, que nunca gastaron más de lo que podían, que se hipotecaron por menos de 18 millones de pesetas, que conquistaron una formación académica contra los elementos, que curran más de diez horas todos los días incluyendo festivos, que son buenos en lo suyo, que no se distraen de su deber con el Carnaval ni el fútbol, que jamás han cogido una baja en más de 20 años de trabajo mal pagado, que siempre han cumplido.

LOS SANTOS INOCENTES

No se les puede meter en el mismo saco que a los responsables. Bastante que son paganos. Los que les reprochan (algo habrán hecho para estar así) utilizan el mezquino truco de sospechar de la víctima.

Si de hacer listas de culpables se trata, habrá que incluir al que aún acumula beneficios. Al que todavía llega el último a la oficina y se va el primero. Al que se escaqueaba y aún se escaquea. Al que no ha renunciado a los privilegios del cargo. Al que cree que basta con congelarse el sueldazo. Al que aún reclama su plus por lo bajini. Al que colaboró a crear el mileurismo. Al que, interesadamente, animó a pagar ocho de hipoteca al que ganaba diez. Al que, ahora, se la niega al que puede pagarla. Al que jugó a trilero en cientos de ayuntamientos (no tan lejanos). Al que aún coloca a sus amigos y familiares, caiga quien caiga. Al que vive de la administración pública con generoso sueldo y desconocido empeño. Al que escribe artículos lamentando el alto paro mientras intriga para que despidan al de al lado. Al que creyó que era posible vender cada año -hasta el fin de los tiempos y a cambio de comisiones- el 15% más de coches, de móviles o de patatas.

La única veta de optimismo es que a todos estos malnacidos que ahora gritan que todos somos culpables les conviene que el sistema vuelva a funcionar cuanto antes. Ellos ganaban mucho cuando iba bien y aún hoy siguen mejor.

Si este desempleo galopante nos despeña, si nos alcanza a todos, si llegan los cristales rotos, si se acaban las paguitas del paro y el hambre se instala entre nosotros, ya no tendríamos que temer a esos avispados. Ya no serían banqueros para financiar o arruinar la vida de nadie, ya no serían nuestros jefes ni podrían despedirnos. Ya no serían concejales ni empresarios que pudieran denunciarnos. Ni cárceles ha-bría. Serían iguales que nosotros, rondando las calles en busca de algo. Entonces, podríamos ajustarles las cuentas. Sin rangos ni distingos.

No hay temor. No pasará. Los tornados nunca llegan cuando se les espera ni cuando se anuncian en los informativos. Con lo bien que vendría uno gordo.

Ya se las aviarán las manadas de listos para resucitar el bastardo sistema que tan bien les iba. Al menos, hasta la siguiente crisis. Saldremos de ésta. Por desgracia.