El tamaño de la esperanza
Actualizado: GuardarQuién le iba a decir a los más sagaces analistas políticos que el nuevo emperador sería un negro? Y, sobre todo, ¿quién se lo iba a decir a él? Pasar de la cabaña del tío Tom a la Casa Blanca es una mudanza histórica que requiere un notable acarreo. Hasta las cabezas mejor amuebladas se han visto precisadas a un acarreo interior y eso hace mucho ruido. El presidente Obama ha sabido poner de pie la esperanza, que estaba tendida y algunos la dieron por muerta, pero la «engañosa esperanza» (el adjetivo es de Shakespeare) sólo estaba dormida. Ojalá tenga toda la suerte del mundo, incluido el Tercer Mundo, este joven inteligente y valiente que ha prometido una nueva era.
Hasta hace nada, los negros norteamericanos solo podían redimirse de la pobreza subidos a dos tarimas: la del jazz o la del ring. Tenían que ser o Louis Armstrong o Cassius Clay. Gracias a las insurgentes semifusas o al crochet de derecha, encadenado al gancho zurdo al hígado. Hasta el nombre no era el de sus antepasados, los que atravesaron con cadenas el mar y cuando llegaron a la «civilización» les impusieron el de sus amos. Todo eso ha dado un vuelco definitivo con Barack Obama. Muchas de las personas que le aclamaron en Washington eran de su mismo color y vieron letreros en hoteles y bares diciendo eso de «Prohibido para negros y perros».
Ha hablado Obama de un nuevo tiempo de responsabilidad. También de crisis y de guerras. Ha sonado la palabra «codicia» como culpable de la situación económica, pero la palabra que ha alumbrado el presidente es esperanza. Ojalá su luz no se extinga porque es algo que se desgasta rápidamente. Lo suyo ha sido milagroso, pero los milagros no va a ocurrir todos los días de su mandato