LA RAYUELA

Lo saben todo

Mientras usted vive, viaja o compra se va tejiendo una invisible red que acumula las huellas que va dejando el uso de la tarjeta de crédito o cualquier compra telemática, desde un vuelo a un par de entradas. Saben así lo que compramos, lo que hacemos en nuestro tiempo de ocio, dónde nos hospedamos, qué perfume regalamos, si nos gusta la ópera, qué libros o prensa leemos o con qué personas hablamos. A través de internet conocen nuestra ideología, filias y fobias, creencias o inclinaciones sexuales, porque de todo queda rastro en los correos que escribimos, en las campañas a las que nos adherimos o los e-mail que leemos, reenviamos o rechazamos. Lo que escribimos, la máquina no lo olvida. Escrutándolo todo llegarán a conocer nuestros pensamientos más íntimos, los desengaños amorosos o las alegrías familiares. Nuestras fotos, voz e imagen quedan archivadas para siempre en la red.

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La cámara que ponemos encima de la pantalla no sólo recoge nuestra imagen, sino también de la habitación donde estamos. Y cuando salimos a la calle ya hay una cámara de videovigilancia en una esquina o una farola, con la que el Ayuntamiento, unos grandes almacenes o una sucursal bancaria nos están grabando. A través del móvil, donde está nuestra voz y nuestra vida, saben quiénes somos, nuestros deseos y miedos. Pero además estamos siempre localizados: ellos saben donde está usted en cada momento, incluido cuando entra en el cuarto de baño. Las cámaras, que graban todo lo que ocurre en los espacios públicos, registrarán cuanto usted haga y cómo lo haga, incluso si se rasca la nariz. Por GPS controlan donde se mueve usted con el coche, pero si quisieran, pueden seguirle también mientras camina por su barrio.

Los ficheros que los bancos, agencias de seguros o el propio Estado tienen de nuestros gastos, impuestos, inversiones o salud, son tan completos que cruzando los datos que las grandes corporaciones y los Gobiernos poseen acaban sabiendo más de nosotros que nuestra propia familia. Podrían confeccionar un minucioso dossier conteniendo fechas y hechos que no conocen ni nuestros mejores amigos. Y acabarán sabiendo todo, no lo dude, incluso lo que nosotros hemos olvidado.

Impera una lógica envenenada que acepta el control electrónico en aras del consumo y el funcionamiento del mercado; y la renuncia de la intimidad en pos de la seguridad. Sucumbimos cada día un poco más a la tentación de los precios y a la comodidad, abriendo nuestra cartera, casa y corazón al ojo del inmenso bazar virtual. Dice Yves Bannel que «somos prisioneros del mercado, de un poder financiero anónimo, que se está convirtiendo en un nuevo totalitarismo».

Por otra parte, las viejas democracias europeas, al hilo de la norteamericana, han asumido como indispensable para la seguridad la violación de la sacrosanta intimidad de los ciudadanos, uno de los ejes de su legitimidad y principio esencial del Estado de Derecho. Es sorprendente el silencio de los corderos ante la intromisión del poder en la intimidad de personas y hogares justificada por la denominada lucha contra el terrorismo, de un contenido tan laxo y ambiguo como para amparar cualquier felonía contra la privacidad y el derecho a la presunción de inocencia.

Así pues, la Carta en defensa de la privacidad que España promueve estos días en la ONU parece poco más que un brindis al sol.