Mira, mira
Cada día se parece más a una película de Berlanga. En el fondo y en la forma. En el argumento y en la interpretación. En el principio, y mucho me temo, en el final. Recuerden, si no, aquella patética escena de Bienvenido Mr. Marshall en la que Posesito Regúlez, el niño primero de la escuela se adelantaba audazmente como le había indicado la señorita Eloísa y empezaba a decir en su torpe inglés: «¿Welcome friends! ¿Welcome to Villar del Río! The people of this little town are here assembled purpose greeting our dear friends...» mientras en el pueblo quedaba sólo el polvo que dejaban atrás los coches de los americanos. Nada de regalos, nada de puentes, nada de ferrocarril, ni siquiera la fuente con los chorritos que tanto habían celebrado las fuerzas vivas, Don Pablo el alcalde; don Cosme, el cura; don Emiliano, el médico; y don Luis, el ideólogo. Tienen todo el derecho a pensar que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pero de sobra saben ustedes que de aquí al doce más nos vale ver un par de veces la película para estar curados de espanto.
Actualizado: GuardarLa Junta y el Ayuntamiento andan a la gresca por un quítame allí esas pajas, o ese edificio, que viene a ser lo mismo. La euforia del foro Salvemos la Aduana -«es una gran noticia para Cádiz», afirmaba José Ramón Pérez-Díaz-Alersi- cuando la delegada de Cultura anunció el pasado miércoles que el edificio sería incluido en el Registro Andaluz de Arquitectura y, por tanto, indultado de su demolición, se empañó a las pocas horas cuando desempolvaron el informe que Bibiana Aido -entonces Delegada de Cultura- presentaba en 2004 y en el que se advertía la necesidad de derribar el edificio para evitar la contaminación visual del frente amurallado. Al final, como en Villar del Río, el progreso pasó de largo y resulta que la inclusión de la Aduana en el Registro este no garantiza su preservación. Pues vaya. Que parece que al final lo tirarán, porque como decía Yolanda Peinado en junio del pasado año: «La piqueta para derribar no la tiene la Junta, la tiene el Ayuntamiento». O lo que es lo mismo, ahora tienes la pelota en tu tejado por si es que alguna vez alguien decide iniciar la remodelación de la plaza de Sevilla.
Y mientras andábamos entretenidos con esto de la Aduana, la pista de patinaje cerró mucho antes de lo que nos dijeron. Esta vez no fue por sabotaje, parece, sino porque la fecha prevista de cierre coincidía con la ostionada que la Peña El Molino lleva celebrando en la plaza de San Antonio desde hace veintitrés años y que este año repartirá en palabras de su presidente Manuel Baena «hasta que se acaben» 1.500 ostiones «de gran calidad» y seiscientas botellas de manzanilla . Tampoco había que ser un lince para saber cuál era la fecha prevista de la ostionada antes de lanzar la publicidad de la pista de patinaje, que también parecía sacada de Bienvenido Mr. Marshall. Del 13 de diciembre al 18 de enero estaba previsto que el mamarracho este animara las compras en el centro, o eso al menos es lo que decía la asociación de Comerciantes Cádiz Centro Club de Calidad que ha tenido que presenciar uno de los espectáculos más ridículos de su historia, que quedará para la posteridad de las hemerotecas desde el pasado día 19 de diciembre en el que Juan Tovar afirmaba «la pista estará operativa para el domingo o el lunes, a más tardar». Y como la Niña de Punta Umbría estuvieron «así un día y otro día» hasta que por fin se impuso el sentido común en forma de ostión y acabó la pesadilla de la pista. Para unos y para otros.
Menos mal que la vida es un carnaval, y el nuestro, como ya saben, está a punto de llegar. Presentado anoche en Madrid -nunca he entendido muy bien por qué hay que ir a rendir cuentas allí- por Ismael Beiro, el paradigma, dicen, de lo que debe ser un gaditano, el verdadero pistoletazo de salida lo dará esta noche la pestiñada. Ese ensayo general de coros que con tanto frío -y tan poco público en las últimas ediciones- se celebra desde hace veintiún años en la plaza de San Francisco y que como novedad tendrá este año pestiños traídos desde Sevilla, que está la cosa cortita con esto de la recurrente crisis. El presidente de la peña, Martín Periñán lo reconocía ayer sin complejos «la subvención se nos va» y hay que hacer muchos números para repartir doce mil pestiños, que no mostachones, aunque vengan de Utrera.
Porque esta ciudad, de la que salen todos corriendo como la caravana de Mr. Marshall, se ha quedado para viejos y funcionarios. Uno de cada cinco gaditanos es funcionario -de los cuatro restantes, tres cobran subsidios y el otro hace chapuces-. Somos, junto con Granada y Huelva la provincia con el mayor número de empleados públicos. Tampoco es de extrañar, la verdad, en una ciudad donde apenas hay empresas y en la que los pocos que trabajamos lo hacemos en el Ayuntamiento, en la Diputación, en la Junta o en la Universidad. Y algunos, pese a lo que decía el Yuyu, hasta trabajamos de verdad y hasta invertimos en esta ciudad, que ya son ganas de invertir.
Que vamos quedando pocos y que cada vez nos parecemos más a Villar del Río. Con las banderitas, con el empresario artístico y con las obras de atrezzo. José Marchena Pérez daba las gracias el pasado martes en LA VOZ a aquellos promotores que han tenido el detalle de despejar grandes huecos en las vallas de una obra para que los jubilados de Cádiz pudieran supervisar los trabajos y hacer lo que más les gusta, mirar. Porque de él debemos aprender todos cuál va a ser nuestro papel en los próximos años, mirar. Mirar cómo pasa todo por delante de nuestras narices y cómo algún Posesito Regúlez de los que tenemos aquí sale gritándole al futuro que se escapa»The people of this little town...».