Un año crítico
La revisión del cuadro macroeconómico 2008-2011 aprobada ayer por el Consejo de Ministros supone una drástica modificación de las previsiones económicas con las que el Gobierno diseñó los Presupuestos para 2009, un ejercicio que según admitió el vicepresidente Solbes será «extremadamente difícil». La crudeza de esta afirmación se corresponde con la severidad de unas cifras que no dejan lugar a ningún resquicio al optimismo: la economía española registrará un crecimiento negativo del 1,6% por primera vez desde la crisis de 1993, una contracción que resulta aún más desoladora ante la evidencia de que el Ejecutivo planificó su proyecto de Cuentas Públicas sobre el pronóstico de un PIB todavía al alza en un 1%. Este pésimo augurio se vería acompañado de unas cifras de desempleo del 15,9%, el rostro más amargo de las dificultades y cuya contención, además de la aplicación de otras medidas anticrisis, obligarán casi a duplicar el límite del 3% de déficit público previsto en el Pacto de Estabilidad de la UE; un equilibrio al que no se contempla retornar al menos hasta 2012. La profundidad de la revisión hecha pública por el Gobierno, que se convierte así en el primero de nuestro entorno en alterar tan sustancialmente sus predicciones presupuestarias, certifica que el Ejecutivo se sitúa a sí mismo y coloca al conjunto de la ciudadanía ante un escenario de acusado realismo sobre la dureza de la recesión. Lo que implica un giro en el optimismo moderado, primero, y en el pesimismo atemperado, después, en que venían moviéndose el presidente Rodríguez Zapatero y su equipo económico. Ello hace más incomprensible, por lo tanto, la negativa del Gobierno a readecuar en su momento unos Presupuestos que habían quedado desfasados antes incluso de aprobarse.
Actualizado: GuardarEl crítico cuadro dibujado ayer y la elevación tan acusada de los márgenes del déficit apuntan al doble objetivo gubernamental de concienciar a los distintos agentes económicos sobre la envergadura de los problemas, mientras trataría de serenar la inquietud ciudadana comprometiendo notablemente los recursos públicos. Ambos mensajes habrían sido más efectivos, sin embargo, si se hubieran anticipado a un horizonte que sugerían con nitidez tanto los síntomas recesivos acumulados por nuestra economía, como un contexto internacional que se ha oscurecido de manera paulatina. La admisión en estos momentos de la gravedad de la crisis, que ha coincidido con la peor cota de morosidad de los últimos doce años, podría contribuir, por contraste, a reforzar la alicaída confianza si se consolidan algunos factores positivos como el control de la inflación y la mayor liquidez de las economías domésticas. Pero ese mismo reconocimiento diluye las expectativas del Gobierno tanto de atisbar la recuperación a finales de este año, como que ésta vaya a basarse en un cambio sólido del patrón de crecimiento cuando el mercado laboral verá destruidos 600.000 empleos y ello hará aún más acuciantes las exigencias inmediatas de la crisis.