Los sueños de Chadi
UNIVERSIDAD ABDELMALEK ESSAADI DE TETUÁN
Actualizado: GuardarCuando se acercó a la infinita mirada, se deshizo rápidamente, descargó toda la rabia silenciada en sus entrañas. Duró bastante, hasta que aquella tarde se perfiló en su frente el mayúsculo dolor. La emoción le embriagaba y el dolor de las vecinas lo sentía como suyo propio; lloraba tanto, para así sentir la amargura de las madres. Nunca quería ser aquella madre vestida con un dolor perpetuo. Mientras saboreaba las inclemencias de aquellas tardes en la puerta de su casa, las noticias no tardaban en llegar, un día era uno, a la siguiente tarde, esta vez del abril más florido que Ramallah soñó, llegaba el otro.
Me quedé sola aquella mañana. Siempre dicen que la premonición late en todos los detalles, me cogía de la mano y me zarandeaba, aquella noche no pude reconciliar el sueño. Llevaba años sin conocer la oscuridad de la noche, veía silencios, y esa sensación me mantenía en vigilia constante. Sí, aquella noche era especial, no temía por él, nunca seré como mis vecinas, su destino era liberarla de su tormento y de nuestro yugo. Pero la felicidad me dictaba otros aires que no alcanzaba descifrar. Sola.
Chadi tomó como de costumbre su pan de higo y sin mediar palabra, antes de coger sus libros, me miró fija y cariñosamente a los ojos y se entregó a su madre con el abrazo jamás sentido; ese día nunca podré apartarlo de mi retina y mi dolido corazón. Vive conmigo ese cariño de la mañana de un abril señalado, sentada en la puerta de mi casa esperando el regreso de Chadi.
Mientras vagaba con su silencioso dolor por las calles derruidas de Ramallah, silbaban las balas a su encuentro, y no la alcanzaban, parecía destinada hacia un eterno tormento. Su mirada, relajada y ausente recorría el mismo camino de Chadi.
La ausencia de las mañanas, con pan de higo, el beso en la frente y la ilusión del día, perseguía aquella sombra errante.
Dicen que han caído tres y son de los nuestros. Chadi no podía ser uno de ellos. Las premoniciones hacían cumplir su implacable destino. La oración del viernes, sentada en la puerta de su casa, la noticia no se hizo esperar: era Chadi y esta vez el luto llamó a su puerta, no podía ignorar su casa.
Cuando llamaron a mi puerta creí verlo ante la muchedumbre que escapaba del fuego enemigo, estaban todos, menos Chadi, el niño que perseguía las mariposas de Ramallah en Primavera.
El cielo se llenó de cáscaras de amargo viento del norte, iba formando a mi alrededor una eterna noche de blanca agonía. Llovía aquel seis de abril, y yo sola. Siempre sola. Y la primavera avanzaba y yo sola, siempre sola porque Chadi ya no estaba en Ramallah. La espera era larga y él sin regreso verde, y la mirada rojiza. Bailaba en el blanco salón oscuro. Unas voces pausadamente, caían en cada mirada del horizonte, en todo Sinaí, en lo más alto de la tierra, en Belén, Jericó y Ramallah. Se repetía ese abril en mis ojos y el llanto en la puerta de mi casa florecía sin ojos, con ausencia de sábado y viernes de un día señalado.
Volvía a anochecer el día en Gaza, a multiplicarse el viento, y su ausencia, sonora y desolada arrancaba el silencio de las palmeras. Caminé hasta alcanzar esa primavera lejana y oscura como la mirada hermosa y zalamera de su invierno. Y así, hasta que me rozó el verano distante y cruel como aquella primavera que me abandonó. Chadi, hijo mío, deja que me abrace a tus deseos.