EL RAYO VERDE

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Un político gaditano clarividente -que los hay, al menos yo conozco uno- me advertía hace poco, en un particular balance de fin de temporada, que se ha reabierto la caja de los truenos de las diferencias territoriales entre Cádiz y Jerez. El primer indicio fue la reclamación jerezana de una facultad de empresariales propia, ante la aplicación del plan de Bolonia, que obliga a un reajuste serio en la Universidad de Cádiz. No había pasado una semana cuando se desencadenaba otra polémica, esta vez del lado gaditano, al criticar el Ayuntamiento a Zona Franca por invertir en el Parque de la Innovación o, en versión Pepe Blas, en «hacerle el despacho más grande a Pilar Sánchez», y no en la obra de la tribuna del estadio Carranza. Luego, el PSOE acusa al PP de no apoyar un proyecto que beneficia a la provincia, lo que coloca en una situación incómoda a los dirigentes populares gaditanos, entre ellos a la propia Martínez, diputada al Congreso, que evidentemente predican en Jerez un discurso ecuménico, mientras el PP arroja la sospecha de que Pérez Peralta ha dado orden de no dar ni agua a los de Teófila.

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Nadie es, pues, inocente. El PSOE se equivocaría si concentra sus inversiones en Jerez por reforzar su mayoría política, muy a su pesar, por cierto, porque Pilar Sánchez sigue sin ser del agrado del aparato, o por socavar la gestión de Teófila Martínez en Cádiz. A la alcaldesa popular le sobra oficio para hacer que las lanzas se vuelvan cañas y devolver como un boomerang la artillería lanzada contra ella para que estalle en el frente enemigo.

Si en pleno siglo XXI resucitan los viejos fantasmas, si en la Cuesta del Chorizo se pone una frontera a estas alturas, es que estamos locos. Si los responsables de una y otra ciudad, casualmente de uno y otro partido, van a cavar la trinchera, si la política se va a convertir en un trasunto del Fondo Norte, como si todos fuéramos «barras bravas» amarillas o azulinas, yo me borro.

El asunto es delicado y no se va a resolver con buenas palabras o declaración de intenciones. No tenía que haber estallado, pero una vez planteado, lo sensato es intentar apagar el fuego e imponer cordura. De lo contrario, todos saldrán -saldremos- perjudicados, y algunos además abochornados.

Puede ser el momento, de una vez por todas, de relanzar la vieja idea del área metropolitana, de volver a vender la vertebración de la provincia, en lugar de la disgregación. En una distancia de menos de 40 kilómetros, en plena era de la globalización, es ridículo fomentar discursos no ya provincianos sino microprovincianos. Descalifica al que lo intente. Que le pregunten si no a cuantos miles de personas van y vienen cada día entre las ciudades, a quienes comparten familia y raíces en los dos puntos del -corto- trayecto. Es verdad que hay diferencias históricas, culturales, sociales, de costumbres, entre Cádiz y Jerez. Podemos reirnos muchos unos de otros, claro. Pero también hay similitudes enormes, que son las que hay que fomentar. Porque somos muchos los «mestizos» y no queremos ayatolahs, ni fundamentalistas que quieran morir en uno o en otro cementerio.

Todo se ve más claro cuando se mira en el fondo, por ejemplo, de una copa de amontillado de doce años, que aún madura en la Estación de Viticultura de Jerez, ante la que rindo mis armas gaditas. Como sé que desde el otro lado tantos disfrutan como yo de un domingo de coros en la plaza. Somos mayoría. Lo demás es muy antiguo.

lgonzalez@lavozdigital.es