La ciudad-estadio
De nuevo, la obra del Carranza supondrá la mayor inversión municipal de todo el año... Y los gaditanos parece aceptarlo
Actualizado: GuardarResulta difícil de comprender. Lo del nuevo estadio Ramón de Carranza es indigesto incluso para muchos futboleros que recuerdan a Michael Robinson de comentarista de la Liga Inglesa en UHF. Hasta para los que vieron jugar (o lo que fuera) a Lalovic, Pivarnik o Gallis y acumulan muchos trienios como abonados del Cádiz. Provoca demasiadas dudas incluso en todos esos que consideran clásicos a Enric González; Julio César Iglesias; Santiago Segurola; Nick Hornby y Eduardo Galeano. Parece un proyecto de lógica muy escasa hasta para los que adoran el fútbol pero creen que eso no les hace mejores ni peores.
Quizás por esto último, nadie debe imponer su afición o sus gustos a nadie. Las actividades promovidas con ánimo de lucro deben tender a la autofinanciación. Así, las que más público tengan gozarán de más potencial económico y serán más visibles, más frecuentes y más accesibles.
Si un fenómeno (cultural o deportivo) que arrastra a miles de consumidores, clientes o seguidores es incapaz de lograr la rentabilidad es que alguien lo está gestionando como el culo.
En cualquier caso, no es legítimo ni tolerable que vengan las arcas públicas a mejorar sus equipamientos, reflotar sus cuentas o sostener artificialmente su supervivencia.
Quema la sangre que dos de cada tres euros que el Ayuntamiento de Cádiz va a invertir en 2009 vayan a parar a un campo de fútbol. Es realmente asombroso que dos tercios de las perras que va a soltar, como promotor, el Gobierno local que nos representa a todos vayan a ir a parar a un estadio que sólo utiliza uno de cada diez gaditanos (hay unos 13.000 abonados en una ciudad con unos 130.000 habitantes). Es un desequilibrio chocante.
El hecho de que se tolere como algo natural demuestra que esta ciudad sufre unos niveles de autismo y parálisis que la condenan a seguir como está, atada en el fondo del último vagón de casi todos los indicadores. Creo que ya lo escribió el gran Pepe Monforte, pero ha vuelto a suceder y, de nuevo, nadie dice nada. Incluso pudiera parecer que hay más gente, o más ruidosa, de acuerdo con esta decisión.
¿Qué dirían esos mismos furibundos partidarios de que se haga un estadio con dinero público, es decir con el IBI y las multas de todos, si el Ayuntamiento se gastara 40 millones de euros en un museo que sólo abre una tarde cada 15 días?
Doctores tendrá Cádiz para que digan si es grave o no, pero al menos parece triste que el mayor proyecto de una ciudad, en tiempos de escasez, sea completar un estadio en el que ni siquiera pueden jugar los niños todos los días... De la piscinita, ni hablamos. Nadie con dos dedos de frente, y menos aún los que sientan un mínimo amor por el balón, quiere ver un estadio inacabado como el del Betis, ni cayéndose de mierda y vejez como algunos campos municipales en Italia. Pero tenemos derecho a preguntarnos por qué una entidad que tiene 10.000 clientes fijos y 20.000 potenciales, que lleva años vendiendo una marca que arrastra multitudes y que tiene otras vías de financiación (merchandising, televisión...) tiene que depender de los presupuestos públicos para tener un estadio nuevo que debe ser municipal forzosamente.
Qué envidia de esos nuevos estadios en las ligas inglesa y alemana (no sólo en la elite), tan cómodos, lujosos y espectaculares que han sido construidos con dinero privado, el de clubes que funcionan como empresas y el de otras firmas que se hacen publicidad aunque sea a costa de cambiar el nombre del recinto deportivo.
Aquí, como la gestión ha sido un desastre chapucero y/o corrupto desde los años 80, no se puede aspirar más que a pedir a la vaca gorda, a papá estado, a mamá alcaldesa, que tire del dinero de todos para hacer una enorme obra que usaremos unos pocos. Si al menos el futuro estadio devolviera algo a la ciudad, si tuviera una pista de atletismo para los colegios, o un gimnasio baratito, o fuera a acoger conciertos, o un puto cine... pero todo lo que tendrá será un supermercado, un aparcamiento subterráneo tan caro como los demás, juzgados, oficinas de funcionarios, oficinas de las otras sin ocupantes a la vista y un hotel hipotético que tampoco van a disfrutar mucho los gaditanos.
¿Merece la pena gastar así 40 millones de euros de todos? ¿Es digno dar esa dirección a dos de cada tres euros? ¿A 40 de los 69 millones de inversión previstos para 2009? ¿No tiene esta ciudad otras prioridades, otros planes que al menos compitan por arañar algún dinero a ese faraónico proyecto? ¿No tenemos ideas, ni ganas? ¿Tan escaso margen de maniobra tiene un ayuntamiento? ¿Tan estupendamente van esos otros planes tan beneficiosos para toda la comunidad y ligados a 2012?
Nos hemos acostumbrado a que el Estado lo pague todo sin querer ver que apoquinamos a escote. Cuando la confusión se hace tan grande, pasan estas cosas. Empieza uno a soltar y soltar sin darse cuenta y termina costeando remedos de revolución cívica. Como esa campaña de Resistencia2012 en la que varios pijipis que sólo han conocido cargo público y coche oficial invitan a la rebelión subvencionada.
Se acostumbra uno a ser el involuntario paganini y acaba como acaba, soltando cien millones de pesetas para que un casino habitado desde siempre por el clasismo y la exclusión lave sus deudas -las que contrajeron sus dirigentes por decisión propia- con los míseros billetes que usted y yo (sin posibilidad de decidir) soltamos en San Juan de Dios.
La situación llega a la parodia cuando tratan de convencernos de que ese club ha «donado» el histórico edificio a la ciudad. Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que «donar» significa «traspasar, ceder algo a alguien sin pedir nada a cambio, graciosamente».
Sólo una parte de la definición coincide con la realidad: es cierto que todo esto tiene gracia.