Sociedad

Padres sin Red

La ignorancia de muchos adultos sobre el uso del ordenador por parte de sus hijos les suele llevar a la permisividad despreocupada o la prohibición obsesiva

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Cuando el niño o el adolescente cierran la puerta de su habitación, los padres respiran tranquilos: el polluelo está en el nido, protegido por el calor del hogar, a resguardo de las amenazas exteriores. Pero eso era antes. Ahora el cuarto no es el lugar de la intimidad ni está cerrado a cal y canto a las intromisiones de los extraños, sino en cierto modo todo lo contrario.

Las ventanas electrónicas lo convierten en un mirador del mundo, en una estación de partida para viajes que poco tiempo atrás ni la mente más calenturienta hubiera sido capaz de imaginar. A través del ordenador o del teléfono móvil es posible relacionarse con personas y penetrar en ambientes de toda clase, desde la diversión inocente hasta el juego prohibido, desde la conversación entretenida hasta el estrépito más infernal.

En una pantalla cabe todo un mundo sin límites, lleno de promesas pero también de peligros, al que los más pequeños acceden con pasmosa facilidad.

Sus padres son los mismos que recelan de las compañías con malas pintas y sufren horribles pesadillas mirando al reloj en las madrugadas del finde filial. Sin embargo cuando ven al hijo ante el ordenador los indicadores de alarma descienden en picado, a veces hasta el nivel del desentendimiento o la indiferencia más absolutas. No pasa nada. Todos lo hacen. ¿Qué riesgos va a entrañar el uso un simple aparato idéntico a los que florecen en las oficinas y en las aulas? Al fin y al cabo, la tecnología ya ha recibido la bendición social. No puede ser malo algo tan omnipresente en todas las esferas de la actividad social. Y es verdad que no hay que ser apocalíptico. Puesta la tecnología en la balanza, el plato de las ventajas se impone sin discusión al de los inconvenientes.

La 'generación M'

La lógica inquietud de unos padres a quienes los avances de los últimos años han dejado descolocados queda aliviada por la evidencia provechosa de los nuevos medios. Pedagogos y psicólogos insisten en recordar que el peligro no está en la herramienta, sino en el uso que se haga de ella. Ya hay una generación de jóvenes para quienes el ordenador forma parte del paisaje familiar desde la misma cuna, como un elemento más de esos espacios plurifuncionales en que a la chita callando se han ido convirtiendo los modernos hogares.

El uso de internet, del correo electrónico, de la mensajería y de las redes sociales ha sido asumido con absoluta naturalidad por esa generación M (M de multimedia, de multi-tasking, de movilidad) de los nacidos entre 1982 y 1998 a quienes algunos ya han puesto nombre: los «supercommunicators» diestros en el empleo de todos los nuevos canales de comunicación. Viendo la soltura con que se desenvuelven entre teclados y pantallas de todos los formatos y tamaños, no cabe poner puertas a un campo que alberga todo un estilo de vida absolutamente implantado. Pero el hecho de que ya no haya vuelta atrás no justifica la indiferencia resignada de muchos padres y madres que han quedado al otro lado de esa brecha digital abierta entre unas generaciones y otras. Indiferencia, o percepción errónea. «Yo ya soy mayor para esto»; «las tecnologías no van conmigo»; «son cosas de jóvenes»: las expresiones de la derrota. Con ellas se está tratando de justificar cierta forma de negligencia y abandono de responsabilidad. Porque, si bien no hay duda de las ventajas de los nuevos medios y de la capacidad de los más jóvenes para manejarse en ellos, tampoco se puede certificar a la ligera que éstos no encierren amenazas para el adecuado desarrollo de los pequeños. ¿Por qué algunos padres que normalmente velan por la correcta alimentación de sus hijos o ponen el máximo interés en ayudarles en sus estudios no actúan con el mismo celo para conocer sus hábitos de comunicación en la red?

Identidades virtuales

Es muy revelador lo que ocurre con las redes sociales, que hacen furor entre los más jóvenes porque les ofrecen una amplia gama de posibilidades de comunicación que no requieren el encuentro físico. A través de una identidad virtual, el interesado se inscribe en el servicio correspondiente (Live Spaces, Tuenti, Facebook, entre los más populares) y a partir de ese momento entra en contacto con sus amigos, o los amigos de sus amigos, para charlar, intercambiar fotografías o vídeos, dar y recibir enlaces a sitios de la red, oír música compartida o participar en juegos. Demasiado para un adulto, desde luego... Aunque las redes sociales sirven para fines académicos, científicos o laborales, la mayor proporción de sus usuarios son jóvenes y el uso que éstos le dan se orienta a la relación interpersonal. Si preguntásemos a los padres sobre los mecanismos de funcionamiento de estas redes sociales, la mayor parte se declararía ignorante supino.

¿La respuesta? Desgraciadamente, oscila entre la permisividad absoluta y la prohibición total. Entre el descuido irresponsable y la obsesión por el control y la prohibición. Mientras unos padres dan la espalda a los tiempos y viven en una angelical ignorancia, otros no ven en las tecnologías más que amenazas asociadas al sexo, las adicciones, el acoso, la violencia y los chantajes. Los dos extremos revelan una percepción equivocada y una manifiesta falta de información acerca de los mecanismos que rigen la comunicación en la nueva era digital.

El vértigo informático no es excusa. Son actitudes propias de padres analfabetos, a quienes urge formarse primero en el conocimiento de los medios, y después en los procedimientos para intervenir pedagógicamente en ellos. Todas las épocas tienen sus peculiaridades, y es obligación de los padres habituarse a ellas. No se pueden tener hijos en el siglo XXI y aplicarles una educación propia del pasado milenio.