![](/cadiz/prensa/noticias/200812/21/fotos/072D5CA-CUL-P1_1.jpg)
El acople interminable
Un libro de Phil Strongman repasa la historia y herencia del punk a través de la vida de sus principales figuras
Actualizado: Guardar«El punk es basura musical, pronto será olvidado y sus defensores quedarán entonces en ridículo» (Derek Jewel, Sunday Times, 1976). «Nuestra música no era artística. Estábamos haciendo puto arte. El punk era arte. Todo era arte». (Colin Newman, Wire, 1999). Dos lecturas, dos visiones contrapuestas de un mismo fenómeno musical y social surgido en Gran Bretaña y Estados Unidos a mediados de la década de los setenta del pasado siglo. Una reacción contra la crisis económica y laboral y el anquilosamiento social impulsada por una urgencia juvenil rebelada al grito de No future. Gran parte de la escena rock estaba dominada entonces por los dinosaurios y bailaba sin rechistar al son que marcaba la industria. El punk asumió, en muchos casos de forma inconsciente y caótica, en otros de manera estudiada, el papel de revulsivo.
El factor mediático quedó en principio concentrado en una banda habilmente conducida desde la sombra por su manager, el avispado Malcolm McLaren: eran los Sex Pistols y su concierto en el londinense Club 100 - «un adorable garito de vagabundos» - en la primavera de 1976 firmó uno de los pistoletazos de salida a la crónica que Phil Strongman relata ahora en las algo más de doscientas cincuenta páginas de La historia del punk (Ma Non Troppo - Robinbook; 2008). El autor estuvo en aquel concierto y lo señala como chispa de una historia que, como el autor reconoce, «se difumina en demasiados terrenos: el cultural y social, el musical y el de la moda».
'Underground' comercial
No obstante, Strongman agrupa el guión en dos grandes bloques - Punk: ser underground y Punk-rock: ser comercial - separados por la escandalosa aparición de los Sex Pistols en el televisivo programa Today de Bill Grundy en diciembre de 1976. El torrente de tacos que el grupo cruzó con el presentador fue objeto de numerosos titulares en el Reino Unido y el punk dejó de ser un desconocido para, a lo largo de dieciocho meses, eclosionar como movimiento de impacto.
El periodista Strongman no suscribe un analítico estudio sociológico sino que aborda la historia con agilidad y capacidad de síntesis, agarrado a la de sus figuras más importantes y respalado por algunas fotografías. Para ello, se remonta a las raices -Velvet Underground, The Stooges, New York Dolls, - y traza continuos paralelismos y contrastes entre sus dos epicentros, Gran Bretaña y Estados Unidos. Ramones, Television, Buzzcocks, Stranglers o Heartbreakers enarbolan después un protagonismo rematado con The Clash conquistando Nueva York en 1981. Una inmersión en el post-punk precede a un capítulo final donde el autor alude a los procesos de reunificación de muchos grupos treinta años después del inicio de la aventura. Vano intento: la revolución había acabado y el recuento de víctimas - Joe Strummer, Johnny Thunders, Sid Vicious, - era elevado. El punk se convertía en un recuerdo de una década pasada pero también en «un acorde interminable, un acople que se prolonga durante años» y cuyo eléctrico eco sigue resonando.