Donde las paredes oyen
Los tres detenidos quedaron en una aldea en la que la Policía les vigilaba por todas las esquinas
Actualizado: GuardarLa lluvia y el frío hacen que el pequeño pueblo de Gerde parezca todavía más gris de lo que es. El centro de la villa se asemeja a una aldea deshabitada. La mayoría de sus casas son pequeñas y viejas. Sus calles están desiertas casi todo el día y la gente, en invierno, se recoge a las cinco de la tarde. Para llamar a muchas casas hay que tocar la ventana y la llegada de un arcaico Renault 4, el popular cuatro latas, retrotrae al visitante a las películas de Louis de Funes. A las seis de la tarde, cuando la noche ya ha caído sobre este valle pirenaico, la oscuridad da un aspecto casi fantasmagórico a la calle de la Iglesia. A esa hora y en ese lugar estaban el pasado lunes Aitzol Iriondo, el presunto sucesor de 'Txeroki' y los dos supuestos etarras con los que se había citado en el templo. Parecía un lugar seguro. Una pequeña aldea perdida. Las calles vacías y un lugar con poca luz.
Pero en Gerde, ese día, las viejas paredes de piedra agrietada de las casas y las ventanas de maderas veían y oían. Detrás de ellas se escondían desde el mediodía agentes de la Policía que, al parecer, sabían que Iriondo y sus cómplices iban a estar allí. Lo explica Monique, alcaldesa del municipio.
«El domingo apareció un mando policial por el pueblo y nos dijo que al día siguiente necesitaban una sala del ayuntamiento para una intervención», explica la regidora en la sala de plenos, presidida por el busto de Marianne, el símbolo de la República Francesa, decorada con una banda tricolor.
Y 24 horas después, el lunes a mediodía y a cien metros del consistorio, un grupo de agentes se camuflaba en al menos dos casas ubicadas junto a la iglesia. Los propietarios se vieron «obligados» a acoger a los agentes «sin saber qué es lo que iban a hacer», señalan algunos vecinos.
Cien metros calle abajo, a la misma hora, una docena de agentes de la Policía entraba discretamente en el consistorio, que también alberga la escuela infantil, con un centenar de niños, en uno de los contados edificios que presentan una capa de pintura nueva. En la sala del catastro instalaron su cuartel general, mientras tapaban con un cartel los cristales de la puerta para que los tres funcionarios de Gerde, un pueblo que no tiene ni Policía Local, y los vecinos que acudieran no pudieran observar nada. «Se instalaron aquí pero no sabíamos qué tramaban. Nos dijeron que no dijésemos nada a nadie y así lo hicimos», recuerda la alcaldesa.
A las seis de la tarde, de repente, de las paredes que oían y veían todo salieron varios agentes y se practicaron las detenciones. Los agentes tumbaron a los arrestados en el suelo. La iglesia estaba cerrada y la escena la presidía una gran figura de un Cristo en la cruz, colocada en el exterior.
Los escasos testigos que salieron a la calle hablan de unos arrestos «rápidos y limpios». Ingrid, vecina del pueblo y madre de uno de los niños de la escuela, «vio a dos jóvenes en el suelo, uno de ellos con una mochila, custodiados por policías con capuchas y armas en ristre, pero los agentes no me dejaron ver nada más». Otros vecinos narran que uno de los detenidos profirió algunos gritos, en euskera o castellano. «Me he enterado de que eran de ETA porque al poco rato me ha llamado por teléfono un periodista español», confesaba la alcaldesa, todavía incrédula.