GARCÍA LÓPEZ. El escritor tiene una larga trayectoria como poeta y novelista. / MIGUEL GÓMEZ
J0SÉ MARÍA GARCÍA LÓPEZ

«El sexo, al igual que la muerte, implica atravesar una frontera»

El escritor afincado en El Puerto cuenta en 'El pájaro negro' la intensa relación amorosa de dos reporteras en el marco de la ocupación de Irak

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La ecuación, a priori, parecía muy complicada: una historia de amor lésbico que transcurre en los peores momentos de la ocupación de Irak; dos reporteras que viven una intensa peripecia sentimental en medio de una orgía de sangre y destrucción; dos testigos que se descubren mutuamente mientras refutan cada mentira occidental sobre el sentido de la guerra. José María García López (1945), tomó esos mimbres, en principio enfrentados, para construir El pájaro negro (Calambur), un texto fronterizo entre la novela y el reportaje, capaz de mezclar, a un ritmo vertiginoso, la intimidad de una relación apasionada y la denuncia radical de una tragedia vigente.

-¿Cuándo y por qué decidió abordar literariamente un tema tan complejo?

-Cuando empezó la guerra me vi obligado a escribir algo sobre el asunto, casi por una cuestión de compromiso ético. Siempre me he sentido muy atraído por el mundo musulmán, y el inicio del conflicto, desde los primeros bombardeos, me afectó seriamente. Es obvio que detrás de la invasión había intereses puramente económicos y de geoestrategia militar: ocupar una frontera.

-¿Por qué el punto de vista de dos mujeres occidentales y enamoradas?

-Poco a poco se fue perfilando la idea de que fueran mujeres. Primero, para eludir el tópico del aventurero hombre, pero también para enfrentarlas, por oposición, a las mujeres iraquíes. Pensé que el contraste entre ambos mundos sería muy productivo, y más todavía si ellas vivían una intensa historia de amor.

-¿Y por qué periodistas?

-Porque la realidad de esa guerra se presta al reportaje. Puede contarse de muchas maneras, claro, pero la fórmula del pseudoreportaje es capaz de atrapar y transmitir una información tan significativa y brutal. También por un reto puramente literario. Quería escribir algo así, más sintético y directo.

-Intercala una serie de entrevistas a iraquíes, a modo de testimonios. Es, sin duda, una apuesta muy arriesgada. ¿Qué pretendía con esa fórmula?

-Darles voz, en primera persona. Acercar al lector a sus propias motivaciones, con independencia de que se compartan. Es curioso que, con lo muchísimo que se habló y se escribió en España sobre la Guerra de Irak, apenas se les prestó espacio a los propios afectados. Es como si temiéramos las razones que podían argumentar, o sencillamente no quisiéramos escucharlas.

-¿Cree que ese silencio fue premeditado?

-Creo que enfrentarte a una perspectiva diferente de las cosas no siempre es agradable y genera cierta inquietud. Es más cómodo seguir las verdades unilaterales y no dar el derecho a réplica. Aquí, en una cadena que no recuerdo, hubo una serie de debates en los que participaba un profesor de árabe iraquí, que daba clases en la Autónoma. Siempre tuve la sensación de que, tras sus primeras intervenciones, se le silenció, o no se le dio la cancha suficiente. Era un poco... peligroso.

-La relación de Alejandra y Rosa es muy intensa, también desde el punto de vista sexual. ¿Cuál es el sentido de encuadrar esas escenas en un contexto tan insólito?

-En la literatura, uno tiende a buscarse dificultades. En un ambiente tan trágico y despiadado, quería contar cómo surge un amor distinto, que incluyera un descubrimiento del erotismo en un sentido amplio. El sexo, al igual que la muerte, siempre tiene que ver con lo transcendente, implica atravesar una frontera, ... La manera de entregarse al país, tan visceral, es paralela a cómo se entregan la una a la otra.