Opinion

Día Mundial del Sida

El Día Mundial del Sida que se celebra hoy permite congratularse de la transformación de la pandemia en una enfermedad crónica en los países que han logrado incorporar a sus sistemas sanitarios los avances médicos contra el mal, las terapias para paliar sus efectos y los instrumentos para prevenirlo. Pero junto a la satisfacción aliviada que deben suscitar este éxito, aun cuando no se haya conseguido descubrir todavía la vacuna contra el mismo, esta jornada internacional también ha de subrayar la importancia de no desatender los nuevos desafíos que plantea el sida ni su conversión en un factor añadido de desequilibrio entre las sociedades avanzadas y aquellas cuyo subdesarrollo alimenta la proliferación de la epidemia. En estos momentos hay en el mundo 33 millones de personas infectadas por el VIH, de las que el 67% se encuentran en el África subsahariana. La rotundidad de esa estadística, unida a la condena futura que supone para el continente el incremento de las transmisiones de madres a hijos, constituye un mandato ineludible para adecuar los programas internacionales a la envergadura del reto que supone impedir que la pobreza ahonde la enfermedad, evitando que ésta profundice a su vez las desigualdades hasta hacerlas insuperables.

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Las dificultades para contener el sida en los lugares más desfavorecidos del planeta remarca aún más si cabe la trascendencia de los progresos que han permitido cronificar el mal, con las miles de vidas salvadas que ello comporta. Pero, al tiempo, también obliga a reflexionar críticamente sobre las conductas de riesgo evitables que están empezando a aflorar bien por efecto de una insuficiente labor de prevención e información, bien a causa de una irresponsable indiferencia hacia las consecuencias de una patología que compromete la salud y que sigue arrastrando un lamentable estigma social. Datos como los que alertan del creciente número de infecciones entre el colectivo inmigrante, lastrado por las carencias derivadas de su desarraigo, y del hecho de que casi un tercio de quienes han contraído el virus desconozca que lo tiene hacen necesario profundizar en las campañas de concienciación que promuevan tanto las medidas profilácticas como la detección precoz. Unas iniciativas que tienen que ser particularmente incisivas con aquellos grupos de población -como los jóvenes- en los que el acceso a la información puede estar redundando, de forma paradójica, en un perjudicial desprecio hacia los riesgos de la enfermedad.